XVI
Pese a la reputación de Ottawa como ciudad fome, por aquí circula gran cantidad de personas sin espacios, ni siquiera para la conversa, personas interesantes digo. Y quizás por eso mismo las oscuras decisiones personales—ahí no me meto—o las circunstancias concretas de la vida de cada uno los hacen deambular por estos andurriales, que no son tanto, si contamos las sedes diplomáticas de todos los países, los edificios de las instituciones más importantes del país y dos universidades mahometanas (término de mi juventud, en mi país de origen que no voy a divulgar para que no me cachen, otro término de mi patria oriunda que significa que lo pillan a uno con las manos más o menos en la masa, que creo que es un anglicismo de “catch”. No por nada antes nos enorgullecíamos de ser los ingleses de Sudamérica). Pero basta de darle a la sin hueso, la lengua, o de trasmitir, como también se decía por allá, no sé si ahora, hace años que no me doy una vuelta por allá.
Pero aquí corre la plata, el billullo, el parné, la lanita, los morlacos y la guita, a los únicos que se les permite pasar horas interminables en los cafés es a los jóvenes—o no tanto—que se ponen a ver sus computadoras portátiles o tabletas o lo que sea en los diversos cafés que florecen como hongos. Aunque no reportan mucha ganancia y uno reflexiona frente a su taza de café sobre cómo es que estos boliches no quiebran, que negociados ocultos y abstrusos los mantienen abiertos. Lo que no está tan mal tampoco, Hace décadas, cuando me apersoné por estos lares, o me apersonaron, no había dónde tomarse su café despacito, leer el diario o chacharear, ahora basta que mi sobrino me fabrique una cosa que se parezca a una de esas computadoras planas y llego y me instalo y nadie me molesta. Claro que echo de menos mis oficinas de hace algunos años en los bares, donde me instalaba a tomarme su tonto medio litro de la casa o su jarrito de Stella Artois y atendía a mi variopinta clientela junto a las bravas de ese entonces (cuando estaba, a instancias de Guagua, a punto de hacerme una tarjeta que dijera "Alternative Consultant"), Frou Frou La Frog, estriptisera quebeca, la Guagua L’Amore, otra estríper, la mejor y gran amiga, esta chiquilla, que ahora tiene una compañía para organizar eventos y sacó maestría en una de las susodichas universidades y por ñultimo, la Nana Valpolicella, que aseguraba que tenía un espónsor de por vida, un señor extranjero, maduro,ligado a la industria del (reguleque) vino italiano de la misma marca. Pero dicen que todo tiempo pasado fue mejor, lo que por mi formación y pasado marxista leninista reconozco como siendo tan solo otro de los innumerables mitos de ésta, la especie humana.
Pero a lo que íbamos. No tan solo en Chile—y se me salió--, los poetas pululan. Conozco y frecuento sitios virtuales en que miles y miles de los susodichos se expresan, y van desde lo realmente novedoso, que le pondría los pelos de punta a las instituciones literarias universales, o de variados países (los menos), o las innumerables huestes que redescubren la pólvora y el paraguas, botan corriente y pican cebolla. Pero ya es hora de presentar el tema. Esa vez decidí juntarme a repetidas instancias suyas con X, que lleva varias décadas por aquí y todavía sigue (como uno) vivito y coleando. En un principio nos íbamos a juntar por que me quería mostrar unos poemas que hace. La brevedad y el carácter incisivo son un imperativo en estos tiempos en que las exigencias de las TLC (tecnologías de información y comunicaciones) lo piden. En resumen, la nueva literatura tiene que caracterizarse por dos adjetivos: cortito y bonito. Así me lo explicó cuando me regalaba con algunas de sus últimas composiciones, una cuantas de las cuales reproduzco sin comentarios:
Geisha desnuda
Ojito lajao
Potito pelao
Las voces nuevas
Unas buenas
Otras como las guevas
Oda al Sol desde el Barrio Alto de Santiago
Holasol
Cómostái
Aquí puedo reconocer la influencia de Nicanor Parra, ese gran poeta, pero no estoi ni ahí con el facilismo y el desparpajo de este compatriota mío que se dice poeta y que no voy a nombrar. En Parra podemos ver y apreciar las contradicciones nacionales. En esa tensión interna podemos es patente la lucha que al fin tiene como fruto el antipoema o el artefacto. Pero en el fondo respeto a este connacional transplantado, como yo, aficionado a las letras, y que vino a parar a Canadá, que es como repetir al Robinson Crusoe, pero sin un viernes, a lo mejor este puro servidor que lo tiene que aguantar. Me viene a la cabeza otro poeta que me trae a la memoria esos señores maduros que se subían a las micros llenas a la hora que salían los liceos. Pero nos vamos alejando demasiado del tema. El susodicho me explicó el terminacho ese, geoformación, que sería la traducción del inglés “terraforming”, bastante usado en la ciencia ficción en idioma sajón, y que obviando las incoherencias de mi interlocutor prefiero sacar de la wikipedia. Los que no entiendan inglés se joden: “Based on experiences with Earth, the environment of a planet can be altered deliberately; however, the feasibility of creating an unconstrained planetary biosphere that mimics Earth on another planet has yet to be verified. Mars is considered by many[by whom?] to be the most likely candidate for terraforming. Much study has been done concerning the possibility of heating the planet and altering its atmosphere, and NASA has even hosted debates on the subject”. Pero me está sonando el celular. Debo confesar que el tema me interesa, ¿qué tendría que ver con la poesía?. Antes de despedirme y por supuesto pagar la cuenta, ya que mi hija me dice que tengo que recoger a mi nieta en la guardería.
Wednesday, July 25, 2012
Sunday, August 23, 2009
Agenda y buenos propósitos
Antología: 2 horas
Artículos: 2 horas
Cartas y relaciones: a granel
Pasear por los moles
Tomarse ocasionalmente un café
Ir a leer a la Biblioteca
No ofrecer aristas
Ir a recitales de poesía
Ser digno
Evitar verla por todos los medios
Hacer este cuchitril habitable
Ahí se irá viendo
Artículos: 2 horas
Cartas y relaciones: a granel
Pasear por los moles
Tomarse ocasionalmente un café
Ir a leer a la Biblioteca
No ofrecer aristas
Ir a recitales de poesía
Ser digno
Evitar verla por todos los medios
Hacer este cuchitril habitable
Ahí se irá viendo
Tuesday, July 28, 2009
Globalización y gastronomía
Una vez más me decido a poner en práctica un lema que me ha permitido hacerme menos mala sangre de la que debiera, y a la vez seguir un poco aterrizado. Se trata de la inversión de esa máxima tan ingenua como popular por lo menos en el Hemisferio Norte “think globally, act locally", y puedo decir que las antenas no me fallan. Si uno recorre el globo terráqueo noticioso se puede dar cuenta de que casi no hay pueblo, estado, nación, etnia, cultura o subcultura, culto, agrupación, club de rayuela, vecindario, grupo de amigos etc., etc., etc., que no practiquen su versión de este otro lema, "think locally, act globally", aunque profesen lo contrario de los dientes para afuera. Me viene a la cabeza esa entrevista del Pinocho hace como veinte años en que comenta sobre su tema favorito, la geopolítica y dice “Ahí tiene a los señores ingleses, señorita, todavía están perdiendo colonias. Unas islitas picantes. Pero las están perdiendo” y más recientemente a Enrique Ortez, ministro de relaciones exteriores designado por los que dieron el golpe en Honduras que dijo que Obama era "un negrito que sabe nada de nada", declaración que aparte de sacar banana, o plátano, o cacahuates o maní, como se dice en Chile, demuestra que el troglodita de marras está ejemplificando justamente esa tendencia a de aplicar al mundo lo que se piensa en el patio de la casa.
Es así como en estos días de un verano que se demora en llegar se dio otro paso en el descenso del nivel de vida en la ciudad de Ottawa, proceso en marcha desde hace décadas y que tiene ver con la homogeneización y nivelación creciente que trae la globalización y que aquí también se hace presente—es decir que no por estar casi al centro del proceso los efectos no se vayan a sentir. Aquí en Ottawa, una municipalidad por lo menos negligente y por lo más sospechosa está eternizando unos trabajos de urbanización en el centro de la ciudad, y los mal pensados que conocen un poco de ciencias humanas y sociales y le hacen a la especulación política, dicen que está de acuerdo con esas fuerzas retrógradas definitivamente asentadas en el país desde el Primer Ministro para abajo. Que en este caso estarían aliadas con diversos concejales y grupos de presión para llevar a la quiebra parte de los negocios que abastecen mal que bien al centro, para que así se vayan a los suburbios, reiterando asi el odio al centro, down town, y ese ideal de vida suburbana que caracteriza a la mentalidad gringa, pero que ya está en retroceso en la misma metrópoli estadounidense, pero no aquí, por que este país a la postre colonial sigue atascado con un conservadurismo que ya hace tiempo que está en retirada en los EEUU. El atraso es una fatalidad de la colonia.
Entonces aquí en la ciudad estos interminables trabajos de urbanización vienen de cobrar una ilustre víctima. Acaba de desaparecer el restaurante español Don Alfonso, desde hace décadas el mejor restaurante español de Canadá, por lo menos de Ontario y Québec, la Parte Civilizada del país. Este es un gran paso en el camino del deterioro del modo de vida nacional, que también se deja sentir en el Québec y que ha hecho que algunas cuadras de la calle Saint Laurent en Montreal, antes conocidas por sus restaurantes de atrayentes precios y variedad gastronómica mundial, se hayan convertido en antros de clubes nocturnos caros y de mal gusto y de restaurantes aún más caros y lujosos, donde impera el falso italiano de yeso y pintura dorada y la nouvelle cuisine que obliga a los abundantes snobs con problemas identitarios, no tan sólo quebequenses, que comen allí en las terrazas para que los vean, a ingerir minúsculas y carísimas porciones en enormes platos.
No hace mucho que cerró aquí mismo en Ottawa el excelente restaurante mexicano Azteca, pero todavía uno se puede regodear en una serie de otros restaurantes que aquí llaman ‘étnicos’, nombre que se aplica a las otras etnias que no sean la anglosajona o la gala. Y citamos por ejemplo a la excelente Casa do churrasco, en los confines del barrio del Mercado en Ottawa, gran restaurante portugués donde mi plato preferido es un salchichón portugués flambée en una fuentecilla individual de greda roja que representa un chanchito. Pero antes que se me olvide, uno de los beneficios de la recesión, sobre todos en las ciudades grandes, como Toronto, ha sido la competencia entre restaurantes para mantener su clientela. Así hemos visto cómo bajó de unos trece dólares a nueve la oferta más popular del grill coreano de la calle Young en esa urbe, la más multicultural del planeta, un plato que ofrece un surtido compuesto de calamares, pescado, vacuno y cerdo en tajadas delgadas, más una variedad de condimentos y acompañamientos, y que uno prepara a su gusto en un hornillo en la misma mesa.
Entonces, al menos por aquí, la gastronomía no es tanto una cosa económica, de los medios que cada uno tenga a su disposición, sino de estilo de vida. El anglosajón no sabe comer, por eso de la tradición protestante (vulgo canuta), con su sacrificio, ahorro, ética del trabajo y un poquito de masoquismo. Entonces le pueden servir cualquier cosa a cualquier precio. Aunque aquí en Ottawa uno puede cruzar el río a la parte francesa, Gatineau, y puede irse a cualquier restaurante, hay unos bastante módicos, maravillarse con los menús y disfrutar por ejemplo de uno de mis platos preferidos, el filet mignon de cheval, que recuerdo empecé a comer en Montreal cuando estudiaba un doctorado y hacía clases de español y cruzaba al lunch al café Campus, que estaba frente a la universidad, para degustar ese plato, acompañado por una o dos copitas de Grand Marnier. Pero en general y para el ottawino no étnico y para muchos étnicos picados por el bichito del estatus, si la presentación es buena y el lugar es o parece caro, ellos van a creer que la comida es buena. Pero como una quinta columna redentora se insinúan y ganan preeminencia los restaurantes chinos, vietnamitas, hindúes, que por lo mismo que uno gasta en cocinar modestamente para el día te ofrecen increíbles platos que no viene al caso mentar aquí.
La homogeneización se pasea de la mano con la Globa también por las calles de Chile. En el sector Pedro de Valdivia, Los Leones, Providencia, Once de Septiembre (que todavía y después de décadas de democracia sigue conmemorando el golpe del Pinocho) y a excepción de unos shops que mantienen los completos y los lomos, casi se han erradicado las comidas nacionales y ahora los restaurantes ofrecen insulsas e insípidas hamburguesas u otros sándwiches del Norte, fomes pero que acarrean el prestigio del Centro de la Metrópoli que irradia hacia la periferia neocolonial y cuyo espejismo mantiene a gran parte de las masas chilenas con el cuello ladeado en dirección al Norte, y que hace por ejemplo que un candidato presidencial incluya como punto de su programa la legalización de la marihuana.
Es así como en estos días de un verano que se demora en llegar se dio otro paso en el descenso del nivel de vida en la ciudad de Ottawa, proceso en marcha desde hace décadas y que tiene ver con la homogeneización y nivelación creciente que trae la globalización y que aquí también se hace presente—es decir que no por estar casi al centro del proceso los efectos no se vayan a sentir. Aquí en Ottawa, una municipalidad por lo menos negligente y por lo más sospechosa está eternizando unos trabajos de urbanización en el centro de la ciudad, y los mal pensados que conocen un poco de ciencias humanas y sociales y le hacen a la especulación política, dicen que está de acuerdo con esas fuerzas retrógradas definitivamente asentadas en el país desde el Primer Ministro para abajo. Que en este caso estarían aliadas con diversos concejales y grupos de presión para llevar a la quiebra parte de los negocios que abastecen mal que bien al centro, para que así se vayan a los suburbios, reiterando asi el odio al centro, down town, y ese ideal de vida suburbana que caracteriza a la mentalidad gringa, pero que ya está en retroceso en la misma metrópoli estadounidense, pero no aquí, por que este país a la postre colonial sigue atascado con un conservadurismo que ya hace tiempo que está en retirada en los EEUU. El atraso es una fatalidad de la colonia.
Entonces aquí en la ciudad estos interminables trabajos de urbanización vienen de cobrar una ilustre víctima. Acaba de desaparecer el restaurante español Don Alfonso, desde hace décadas el mejor restaurante español de Canadá, por lo menos de Ontario y Québec, la Parte Civilizada del país. Este es un gran paso en el camino del deterioro del modo de vida nacional, que también se deja sentir en el Québec y que ha hecho que algunas cuadras de la calle Saint Laurent en Montreal, antes conocidas por sus restaurantes de atrayentes precios y variedad gastronómica mundial, se hayan convertido en antros de clubes nocturnos caros y de mal gusto y de restaurantes aún más caros y lujosos, donde impera el falso italiano de yeso y pintura dorada y la nouvelle cuisine que obliga a los abundantes snobs con problemas identitarios, no tan sólo quebequenses, que comen allí en las terrazas para que los vean, a ingerir minúsculas y carísimas porciones en enormes platos.
No hace mucho que cerró aquí mismo en Ottawa el excelente restaurante mexicano Azteca, pero todavía uno se puede regodear en una serie de otros restaurantes que aquí llaman ‘étnicos’, nombre que se aplica a las otras etnias que no sean la anglosajona o la gala. Y citamos por ejemplo a la excelente Casa do churrasco, en los confines del barrio del Mercado en Ottawa, gran restaurante portugués donde mi plato preferido es un salchichón portugués flambée en una fuentecilla individual de greda roja que representa un chanchito. Pero antes que se me olvide, uno de los beneficios de la recesión, sobre todos en las ciudades grandes, como Toronto, ha sido la competencia entre restaurantes para mantener su clientela. Así hemos visto cómo bajó de unos trece dólares a nueve la oferta más popular del grill coreano de la calle Young en esa urbe, la más multicultural del planeta, un plato que ofrece un surtido compuesto de calamares, pescado, vacuno y cerdo en tajadas delgadas, más una variedad de condimentos y acompañamientos, y que uno prepara a su gusto en un hornillo en la misma mesa.
Entonces, al menos por aquí, la gastronomía no es tanto una cosa económica, de los medios que cada uno tenga a su disposición, sino de estilo de vida. El anglosajón no sabe comer, por eso de la tradición protestante (vulgo canuta), con su sacrificio, ahorro, ética del trabajo y un poquito de masoquismo. Entonces le pueden servir cualquier cosa a cualquier precio. Aunque aquí en Ottawa uno puede cruzar el río a la parte francesa, Gatineau, y puede irse a cualquier restaurante, hay unos bastante módicos, maravillarse con los menús y disfrutar por ejemplo de uno de mis platos preferidos, el filet mignon de cheval, que recuerdo empecé a comer en Montreal cuando estudiaba un doctorado y hacía clases de español y cruzaba al lunch al café Campus, que estaba frente a la universidad, para degustar ese plato, acompañado por una o dos copitas de Grand Marnier. Pero en general y para el ottawino no étnico y para muchos étnicos picados por el bichito del estatus, si la presentación es buena y el lugar es o parece caro, ellos van a creer que la comida es buena. Pero como una quinta columna redentora se insinúan y ganan preeminencia los restaurantes chinos, vietnamitas, hindúes, que por lo mismo que uno gasta en cocinar modestamente para el día te ofrecen increíbles platos que no viene al caso mentar aquí.
La homogeneización se pasea de la mano con la Globa también por las calles de Chile. En el sector Pedro de Valdivia, Los Leones, Providencia, Once de Septiembre (que todavía y después de décadas de democracia sigue conmemorando el golpe del Pinocho) y a excepción de unos shops que mantienen los completos y los lomos, casi se han erradicado las comidas nacionales y ahora los restaurantes ofrecen insulsas e insípidas hamburguesas u otros sándwiches del Norte, fomes pero que acarrean el prestigio del Centro de la Metrópoli que irradia hacia la periferia neocolonial y cuyo espejismo mantiene a gran parte de las masas chilenas con el cuello ladeado en dirección al Norte, y que hace por ejemplo que un candidato presidencial incluya como punto de su programa la legalización de la marihuana.
Tuesday, July 7, 2009
Crónicas de El Abuelo
I
El distorsionema en la sintaxis óntica (experimentada por el sujeto que escribe)
El abuelo (vicariamente)
Uno de los errores más difundidos es identificar la distorsión o alteración de la así llamada realidad con contextos luctuosos de enfermedades, desastres, conflictos a veces casi genocidas, crímenes, que en realidad y a ojo de buen cubero se enmarcan sin mayor problema en las categorías de lo normal. El otro día estaba sentado con un grupo de personas que no voy a nombrar discutiendo un documental de un amigo cineasta antes de su terminación y muestra pública, y un amigo poeta sentado frente a una delicada rubia trataba de impresionarla con alegatos de la cercanía o proximidad casi de la muerte y la violencia con la poesía, de cómo eso en el fondo tan añejo y manido estaba presente en un afamado autor ya fallecido cuyas voluminosas novelas me hacen bostezar y que por supuesto tampoco voy a nombrar. El aburrimiento que siempre me ha producido leer a Sade con sus infinitas variaciones de tortura y sexo que repiten una gramática de elementos tan limitados no equipara el pavor que al otro lado del espectro me provoca la cercanía de los cuervos, que ya empiezan a emitir sus croídos pareciera que casi junto a mi ventana, o que con alarma se avisan unos a otros cuando me ven venir a lo lejos por la calle. A veces ése es un indicio de esa alteración de los normemas o normalemas, unidades de sentido cuya sintaxis y combinación constituye la realidad habitual. Y que no se me malentienda. Esa realidad puede ser la del ghetto de Varsovia o de los jóvenes que el implícito sadismo del sistema (hablo de Canadá) mantiene habituados a la droga en el centro de la ciudad de Vancouver. O la de Colombia con su permanente expurgación de elementos indeseables a las castas gobernantes que abierta o solapadamente cobra miles de víctimas al año. O a la sistemática tortura y eliminación de mujeres en México y Guatemala, entre otros, en parte resentimiento del grotesco varón mal parecido y desplazado, anónimo y carente de poder que acecha en los vericuetos de las megaciudades o que en un delirio quizás genético de control de su descendencia, escritura en sus libros sagrados el control de la mujer y la cubre de pies a cabeza manteniéndola en casa. No. Ésas cosas son habituales y pasan a inscribirse en el acontecer normal, de todos los días. Los normalemas o normemas (ya que lo normal también es la norma) sólo son las unidades que forman la sintaxis de lo real (percibido), no tienen más preferencias axiológicas que un semantema o un fonema.
Quizás debiera haber barruntado algo cuando estábamos en ese café en Toronto en un evento que no me conviene mencionar y me encuentro unos anteojos muy parecidos o casi iguales a otros que hace años me compré en Italia o esa pareja sentada en una terraza nocturna vacía donde el tipo, un gringo, conoce a un amigo que poca gente conoce y la niña es profesora de yoga y mexicana, cosas todas de remota probabilidad cuando somos las únicas mesas ocupadas y somos tres tipos latinos en mi mesa. Anécdota que en sí no parece nada, pero si se la liga con otros eventos, como esa visita inesperada la otra noche a un escritor uruguayo un poco ofendido en circunstancias ligadas a un evento reciente que no voy a nombrar, que escribe una novela sobre una interpretación clave de la historia de su país y menciona a los masones que hacía unos días alguien había vinculado en un libro con mi abuelo—lo vi en el web—, con una película italiana que estaba viendo la noche anterior y una de cuyas escenas describe una autora argentina en una novela de la que lee una parte. Luego de que un par de noches antes había perdido en un café los anteojos encontrados en Toronto sentado junto a una autora mexicana. Mientras los cuervos graznaban en las profundidades de la noche
II
Sueños de Goya/pesadillas del Goyo
Manifiesto de Tarzán
Bundolo Kriga Bundolo
Kriga kriga Bundolo
Bundolo kriga
Kriga
Bundolo Kriga
Fue en esos tiempos de las visitantes, esas mujeres chicas que habían aparecido de repente y que no se sabía si eran extraterrestres o ya estaban entre nosotros desde tiempos ancestrales, pero sí tenían un gran e imprecisable poder del que muy pocos eran conscientes. Entre ellos yo, claro que antes de que empezara a tomar la pastilla. En esas sesiones y controles médicos fue donde conocí al Goyo, un artista latinoamericano llegado hacía algunos años que se había obsesionado con cierto tipo de arte, el de Ensor, Bresdan, Redon, Bosh, Brueghel, las ciudades perplejas de Piranesi, las tiras cómicas de Druillet (que fue el que hizo el póster de Quest for FIRE, cuyo estreno tuve la suerte de ver en París hace bastantes años), Gigier, que concibió el Alien de la película homónima, pero sobre todo con los sueños de Goya, claro que esta obsesión pese a ser predominante era la parte central de un cuadro clínico (así se dice), con otros aditamentos. A veces tenía pesadillas de las que se despertaba gritando y bañado en sudor. Otra veces no podía dormir nada, y se pasaba la noche haciendo dibujos y pintando, con bastante talento, pinturas inquietantes, una de las cuales me regaló pero que en ese entonces yo ponía dada vuelta contra la pared. Ahora ya no me afecta tanto.
Por supuesto que no tuvo éxito en sus intentos de conseguir plata con los organismos de financiamiento de las artes que no voy a nombrar, ya que alguna vez espero que me suelten algunos morlacos por estos textos que gentilmente me publica en esta página mi amigo Jorge, él mismo un poco aficionado a la plástica. Pero sus frecuentes solicitudes, así como sus diligencias para una exposición se topaban con las limitaciones de lo que en estas latitudes se considera como arte, pocas y claras ideas centrales que no confundan y que puedan ser agarradas al vuelo por cualquier espectador ocasional (un poco lo que llaman ‘arte conceptual’), buenos materiales, caros, una ejecución limpia, con colores si se puede brillantes. El Goyo concedía, eso sí, que se estaba produciendo una revolución de las artes decorativas en Canadá. Entonces, ya más tranquilo se instaló un blog donde pone sus cosas, con bastante éxito en otros países, aunque no le reporte platas. Y así ahora que puede tomarse una que otra vez su cerveza se viene a veces a este restaurancito con otros miembros de esa fauna a quienes les digo que siempre pregunten por mí cuando llegue, aunque ya me hayan visto, para que me sigan aceptando con la premisa de que les llevo clientes.
Así es el Goyo como llega a veces con la Guagua que ahora ya no trabaja de estriptisera sino que en un restaurante de Hull bastante bueno, donde es la única parte de la ciudad donde he podido comer un filet mignon de cheval y donde ella dice que hace más plata en propinas de lo que sacaba empelotándose. Y junto con ellos viene también un escritor, poeta, prosista, crítico, cronista, que ha incursionado en el cine, la traducción, la enseñanza, la plástica, la edición y la política, multifacético personaje al que le dicen “el mosca”, por que las moscas tienen ojos multifacetados y que el otro día nos trataba de explicar la antipoesía, que según él se trataba básicamente de una cosa de contexto y salió con este ejemplo. El dicho tan común “ni corto ni perezoso” es bastante universal en la lengua castellana. Pero si le ponemos un título ‘x’ va a cambiar, se va a “recontextualizar” como decía él, en otro cosa totalmente diferente, a saber:
El miembro ideal
Ni corto
Ni perezoso
Y lo pongo a manera de ejemplo, aunque pueda ofender, aprovechándome quizás de los últimos momentos de libertad de la internet, que el director de esta página dice que tiene los días contados. Se dice que este poema ya había sido difundido, y con bastante interés, por los miembros del taller Filorte, que se autodefine en su mandato como “una organización cultural de base de afirmación genérica masculina” y que pretende defender a sus miembros del --para ellos-- opresivo feminismo en Norteamérica. Bueno. Sin comentarios. Y me olvidaba de decirles que el poema que sirve de epígrafe a esta nota también es del mosca.
III
La eternidad a la hora de los quiubos
Los años que no perdonan y un otoño frío, con una humedad casi de invierno chilensis me mantienen encerrado en mi departamento, dubitativo--¿les gusta esta palabra?. Creo que es primera vez que la uso--.. Pero al fin me pongo una camiseta, una camisa, un chaleco y un cortavientos que me compré en uno de mis viajes a Chile y que usé una vez en Angelmó, que queda bastante abajo en el Sur de Chile al borde un brazo de mar que se cruza para pasar a Chiloé, unas islas todavía más al sur, esto para beneficio de los hermanos hispanohablantes en estas tierras boreales que leen esta nota. Que escribo en un local remozado y con un personal de niñas bastantes simpáticas que atraen a nuevos clientes que se portan muy bien, gracias a esta grata atmósfera y a un par de bouncers tan imponentes como eficientes. Aquí se puede disfrutar de una tranquilidad inusitada en este tipo de establecimiento, en realidad un pub que cuenta entre su clientela crepuscular y nocturna a una fauna surtida, a varios patos malos /creo) y a algunas niñas ‘de la vida’ como se decía en mi país cuando yo era chico, pero independientes y orgullosas, que trabajan con internet y que andan con matagatos en la cartera o esas bolsas artesanales a que son aficionadas, todo por una recomendación que le hice una vez a una que me paró en la calle y me pidió que porqué no la acompañaba unas cuadras porque unos tipos en auto la venían siguiendo. Esto es una primicia, no se lo cuento a todo el mundo. Eso sí, se lo mencioné al pasar a una niña nueva, que es básicamente estriptisera y que me presentó la Guagua, fundamentalmente para que le pagara unos tragos y se la sacara de encima, ya que por razones de competencia, cuando se le ocurre que no se ve muy bien o anda medio de maletas, no le gusta que la vean con otra compañía femenina muy atractiva. Como es el caso de esta niña cuyo nom de guerre es Frou-Frou La Frog, porque es quebequense, y que tiene unas piernas extraordinarias, que le empiezan arribita de los pies y le llegan hasta la ingle. También frecuentan este lugar, mi nueva oficina porque el otro boliche quebró, Feto Von Thyssen, un inmigrante alemán más o menos reciente, chato, gordito, muy rosado, de carita redonda y manos chicas, ET Woodsworth, un gringo flaco, de frente alta, ojos salidos, orejas enormes y medio tirando a hidrocéfalo por el porte de la cabeza. Esos apodos justifican la tradicional picardía del latino, parte de los habitués del otro boliche que nos vinimos para acá en tropilla, como dicen en la otra banda (Argentina).
Y por supuesto también llega de vez en cuando y de cuando en vez el Apocalipsis Rivera, a veces solo, a veces con su hermano Deuteronomio, y que a vuelto un poco a la cristiandad, o canutidad, quizás llevado de la mano por la marea derechosa y fundamentalosa que todavía pudo elegir al Harper. Antes no me había dado cuenta de que aquí, como en los países de donde venimos, las modas de Estados Unidos las seguimos con varios años de atraso, como no se cansa de afirmar el director de esta página el poeta chileno canadiense Echeverri, que también llega a veces por acá con Patrick Phillmore, un poeta canadiense, Arturo Méndez, otro escritor chileno casi de la edad mía, bastante poco amistoso y que se vino de Baton Rouge en Luisiana después de lo de Catrina, damnificado, aterrado y sin pega. Un tipo muy raro. No me gusta ni entiendo mucho lo que escribe en general en esta misma página, pero si por algo salimos del terruño original—por si no lo he dicho, yo también me vine por lo del golpe del 73—es porque la democracia consiste, o debería consistir al menos, entre otras cosas, en el derecho a pataleo. Méndez-Roca puede publicar aquí y yo puedo decir que no me gusta lo que escribe y el Director no me va censurar lo que escribo.
Ahora a Apocalipsis le ha bajado una interpretación del asunto de la vida eterna, que como se sabe es uno de los conceptos centrales de la religión cristiana. Sin ir más lejos no hay más que acordarse de eso de “y la vida eterna amén”. Pero no tan amén, según Apocalipsis, ya que según él no se trata de que Dios haya prometido la vida eterna, y cita al teólogo Charles Kingsley que en 1855 escribió que el significado de la palabra ‘AION’ (Siglo, Edad, Era) que se usa en las escrituras, jamás se usa para significar eternidad o tiempo sin fin, sino que significa un periodo de tiempo. Entonces pasó a explicar que eso quedaba clarito en el Antiguo y el Nuevo, por ejemplo a Adán se le habían dado 930 años, siendo que al comienzo Dios había decidido que la vida de los seres humanos se limitaría a 120 años. También estaba el caso de Noé que habría vivido hasta los 959 años, los 969 años de Matusalén, pero los sorprendentemente breves 120 años de Moisés en este contexto. Y ahí entró a terciar Deuteronomio, que dijo con toda razón, desde ese punto de vista, que claro está que los designios de la Divinidad son inescrutables y que las cualidades o empresas por las que premia a algunos seres humanos con una relativa longevidad son incomprensibles para nosotros los pobrecitos mortales. Entonces es que miré a mi alrededor para ver si estaba por ahí Jorge o A. Méndez, sobre todo este último, que siempre está dispuesto a discutir sobre religión y atacar a los creyentes, como queda de manifiesto en su blog, bastante atrasadito, Zonagris http://interzonal.blogspot.com/ (a ver si me paga unas cervezas por la propaganda). Pero los viejos verdes estaban hablando con las niñas y les estaban contando chistes, por la manera como se reían. Y les dije que iba al baño y aproveché para escabullirse por la puerta de atrás
IV
La roncagliolización de Roncagliolo
Venirse a Canadá es para muchos como una bomba de fragmentación que hace estallar los diversos componentes de nuestras identidades, tan laboriosamente armadas por siglos de genética y de sociedades más o menos uniformes etnolinguísticamente hablando. Eso le pasa a veces a uno al sumergirse en este medio cosmopolita (un poco) y multicultural y multilinguístico, pese a los esfuerzos denodados de políticas oficiales que quieren enmarcar la vida cotidiana y cultural en los dos idiomas oficiales, inglés y francés. Pero el invento se rebalsa, se sale por todos lados. A medias inmersos en la nueva sociedad y aún con un pesado bagaje de su vida anterior, el tambaleo y dispersión de su antigua y sólida identidad aqueja a muchos recién llegados (o no tan recientes. El director de esta página descubrió sus raíces vascas en un viaje a Donostia—vulgo San Sebastián, y escribió un poema sobre las protestas callejeras de los jóvenes vascos (creo), Kale Borroka, bastante reproducido y que le valió ser considerado como poeta vasco por ahí en una página: http://www.txistuytambolin.com/txt2/pages/bost.html).
Entonces no es raro que el Chepo Roncagliolo, bastante criollo los primeros treinta años de su vida hubiera empezado a preguntarse y a hurgar su ancestro italiano, además de cachiporrearse de su parentesco (lejano) con el famoso autor peruano Santiago Roncagliolo, el ganador más joven del Premio Alfaguara de Novela. Cosa esta última que no debiera sorprendernos. En estas latitudes algunos recurren a todo lo que pueda agrandar su valor en este mercado laboral y social más o menos indiferente. El Ronca, como le dicen sus amigos, los que no le dicen Chepo, que va por José, empezó a interesarse por sus ancestros italianos y así es como llegó al bar de la calle Preston (en Ottawa, Canadá) en el pleno corazón del barrio italiano y que gracias a la moderada presencia de clientes uso como oficina. El otro día llegó con un poeta italiano y se sentaron a mi mesa, el Ronca muy interesado e inquisitivo sobre aspectos de la vida de Garibaldi, de si la república del Saló que instaló Musolinni en los últimos años de la guerra y bajo la égida de los alemanes tenía en realidad elementos socialistas, y terminó por mostrarle un breve antipoema al poeta, que algún momento había dicho en una sesión de El Dorado, que funciona en otro local por aquí cerca, que Ottawa no sería lo mismo sin la presencia de los poetas chilenos*.
El segundo y menos frecuentado de los alias de Roncagliolo, el Ronca, se debe a su voz baja, de fumador, que hace que la gente que lo empieza a conocer se pregunte si anda con tos, y si se trata de alguna nueva variedad del virus de la influenza. Guagua da vuelta disimuladamente la cabeza para un lado cuando habla con el y la Nana sin ningún disimulo se tapa la boca con un pañuelito de seda blanco. Eso del juego con los apellidos es bastante corriente en Chile. Por ejemplo, en mi ya lejana juventud tenía un amigo de apellido Cuevas, que luego pasó (perdonándome la vulgaridad) a raja, de ahí se transmutó nuevamente en Jara, apellido bastante frecuente en todo el mundo hispánico, para terminar en el afectuoso y amical Jarita, en ese pueblo tan adicto a los diminutivos. E inmediatamente se me vinieron a la cabeza una serie de posibilidades para esa búsqueda de sus ancestros tan legítima en un ambiente como éste en que las identidades tienen un poco que fabricarse, amononarse, entre la estandarización de la sociedad neoliberal con un gobierno tan reaccionario que te la voglio dire, poco amigo del cambio y de los extranjeros, y el desarraigo natural de uno en estas circunstancias. A buen roncagliolizador pocas palabras, roncagliolízate, buen roncagliolizador, la roncagliolización es la madre de todos los vicios, y otras cosas por el estilo. Pero lo último que supe es que José Roncagliolo está trabajando como voluntario en la organización de la settimana italiana.
*El antipoema de Roncagliolo, que él califica como antipoema intercultural bilingüe, trata justamente de este mismo tema, y paso a reproducirlo pese a su sexismo y mal gusto, dentro de límite de no más de tres obscenidades por artículo que he impuesto el director
Settimana italiana
La birra
e la porchetta
e la donna
con las tremendas tetas
V
Esa vieja ridícula es nazi
Es sabido que en el verano, o mejor dicho al comienzo del tiempo más suave empiezan a faltar los temas y uno se pasa las horas en el café, si es que lo dejan, y se toma un par de decaf y después se va a la picada del bar y lo mismo, en este hemisferio y en esta latitud las neuronas se sueltan las trenzas a la salida de la dura invernación. O invernada. Algunos círculos chilenos resabio del duro y ya telaráñico exilio, se notan preocupados por las inversiones que Canadá hace con sus fondos de pensión en grotescos proyectos en Chile que arruinarán una de las pocas regiones ecológicas prístinas que van quedando, con la anuencia y complicidad de ese gobierno socialista o centrista que con una facilidad pasmosa le hace el trabajo a la burguesía nacional, que entretanto y entretenida le echa una mirada burlona, se cruza de brazos, escarbándose los dientes, y dice “para qué vamos a gobernar chiquillos, estos mediopeluches lo están haciendo harto bien y no tenemos ni que mover un dedo”. Un poco como el Lord Douglas le dice creo al Dorian Gray por ahí en la novela “Vivir, ¿Qué es eso?. Dejemos que nuestros criados lo hagan por nosotros”.
Pero nadie agarra papa, el Jorge, de esta revista, en su onda apocalíptica o post cree que ya no vale la pena andar juntando firmitas, que no se va a arreglar nada y que le sorprende favorablemente que todavía haya habido una región más o menos no contaminada en Chile y Arturo Méndez no cree que se pueda hacer nada en este continente de acá por lo que pasa allá. Claro que para él lo último interesante que pasó en política en Norteamérica fue el Weather Power y al rato se desentiende y comienza a divagar sobre sus conversaciones adolescentes con Benjamín Morgado, el poeta que por si no lo saben creó el runrunismo en Chile hace como un siglo. O comenta sobre su versión del Necronomicón, que realidad es de tercera mano porque es una versión en español de la versión en inglés ya hecha de la versión árabe.
Y por supuesto que la elección en Estados Unidos es el tema obligado. Oswaldo no falta nunca, los hermanos Rivera, la Guagua y su amigo de ahora, que a mí no me gusta mucho, un árabe gordo que dicen que anda en malos pasos y al que le dicen Alí Babar, que es el que irrumpe y dice con fuerte acento que la Clinton dijo que si Irán atacaba a Israel ella lo iba a obliterar. Oswaldo, que es argentino y judío, pero que como casi todos los intelectuales hebreos de la diáspora es por lo menos izquierdista, dice que antes de nada Alí, como todos los árabes, no le saque a relucir eso del sionismo que maneja a los Estados Unidos, cuando la cosa es al verrés y es Israel el que sirve los intereses coloniales del Imperio, vulgo donisáurico Tío Sam, el que cuando empiece a manejar el medio oriente le va a dar su buena patada en la raja, y que eso de ‘obliterar’ no establece diferencia entre un pueblo y sus gobernantes y es simplemente genocidio.
Y entonces el hermano menor de Apocalipsis Rivera, Deuteronomio, que es más joven, salió del Salvador en la adolescencia y no tiene pelos en la lengua dice “Esa vieja ridícula es nazi”.
Frase para el bronce, y le insistí a Jorge que se saltara la cola y me pusiera esta crónica, porque eso lo dijo la Clinton hace unos días y si se deja esperar mucho el tema se va a poner añejo. Aceptó pero me dijo que si seguía poniendo estas cosas que hacía yo le iban a cerrar la página.
VI
Canadiense, vota por Hugo Chávez
Antes de pasar a describir según lo que yo puedo entender sobre las teorías de Oswaldo, tengo que aclarar algo que varias personas que corresponden con esta revista (virtual) me han preguntado, ¿porqué esa manía de los nombres?, y también, ¿se trata de casos verdaderos o son cosas que usted inventa?. Respecto a lo primero hay que darse cuenta de lo importante que es el nombre. Es lo que socialmente define a las personas. En mi país era más bien cierto tipo de apellido, que se tenía o no, el resto de los nombres y apellidos no importaba, y eso pasaba en todos los países de origen hispánico. Era tener un apellido vinoso lo que importaba. No es así aquí, en Norteamérica (porque después de todo Canadá también es Norteamérica, quizás un poco más cartucha, como se decía en mi país, pero al fin y al cabo América del Norte corriente y moliente). Y eso a pesar del seguro médico universal que con cada año que pasa me parece más y más maravilloso. En la América anglosajona no hay apellidos, no hay aristocracia, hay plutocracia y en general los apellidos no cuentan. No estamos hablando de igualdad o democracia. No se trata de que uno por ejemplo vaya a conseguirse una pega a las derechas, por su capacidad o su currículum, porque como en todas partes eso depende más de amigos, contactos, partidos políticos, camarillas, etc., pero hay otras maneras de selección que no se basan en los apellidos del padre o de la madre. No es que no tengan importancia. Siguen siendo lo que te distingue, lo que identifica. El nombre y el apellido, claro, pero no como marca social o económica, pertenencia a una clase, sino en su individualidad única. Claro que hay ciertos problemas a veces. No sé si los lectores conocen a ese joven Antonio Valencia, que llegó hace un tiempo de un país latinoamericano, sabiendo un buen inglés, porque estudió algunos años de la secundaria en Estados Unidos y hablando bastante francés, porque tomó unos cursos en una de las universidades locales. Siempre quiso trabajar en la administración pública, preferentemente en Inmigración, y como están las cosas, la corrección política y eso y porque cada vez más gente aquí sabe español, ahora se llama Valencia, aunque su apellido paterno original es Matamoros. Imagínense a algún extremista fundamentalistón hispanohablante de África del Norte poniéndole una bomba al susodicho en el auto, en la casa, o incluso al mismo Ministerio. No es tan tirado de los cabellos, incluso ahora en que Canadá tiene un papel cada vez más importante en la guerra de Afganistán, que correlativamente está cada vez peor y donde casi ningún otro país fuera de los que ya están metidos quiere meter mano. Pero ahora que los ingleses, los australianos y en una de estas hasta los yanquis se las empiezan a echar de las ‘zonas conflictivas’ de Medio Oriente, o lo están pensando seriamente, Canadá que se subió al tren a las finales es uno de los más firmes. Y no es un fenómeno nuevo, eso ya lo he visto innumerables veces en mi propio país (cuyo nombre omito), esas modas de todo tipo, desde calzones a ideologías, con las que mis coetáneos empiezan a entusiasmarse cuando en el Centro Pulento Gringo o Euro ya nadie les dá pelota.
Porque hace ya tiempo que me había dado cuenta de que Canadá también es una neocolonia, para resucitar mi vocabulario de mi juventud izquierdosa lectora de Gunther Frank y la Montly Review. Y por eso, en ese contexto, no me parece descabellada la idea de 039 (consultar mi crónica anterior), de Apocalipsis Rivera, del mismo Oswaldo y hasta de Guagua, esta última más bien por osmosis, de candidatear a Hugo Chávez para las próximas elecciones que tengan lugar en este país.
VII
Oswaldo
Oswaldo, que pese a ese nombre es argentino, se mosquéo bastante cuando llegó el poeta borracho y sin más ni más comenzó a besuquear a esa niña que viene a veces los viernes en la tarde con otras amigas también europeas, que están estudiando en la Universidad local y que se creen que aquí pueden hacer vida nocturna como en Europa. Ella estaba molesta pero no se atrevía a hacer nada, total al poeta lo conocen los habitués, yo entre ellos, y sabemos que en el fondo es bastante inofensivo. Lo que pasa es que Oswaldo salió en defensa de la Fukuyama, como le dice a esa híbrida ruso-noruega el estudiante de filosofía chileno que llega a veces con Guagua L’Amore y se sienta a mi mesa, porque dice que en esta ciudad no tiene a nadie con quién conversar. Entreparéntesis, me costó un poco preguntarle porqué ese alias. Me daba cosa, como se dice en la región de mi país en donde nací, pero insistí porque quería saber por qué le decía así a ese coso escultural, como dicen los de La Otra Banda, es decir los argentinos-- si el que habla es chileno--, además de que no quería pasar por ignorante. Pero al fin me decidí a preguntarle. Me dijo que era por Francis Fukuyama, ese filósofo nipón charlatán que sostiene que con el neoliberalismo se acaba la historia en un ensayo justamente titulado ¿El fin de la historia?. Ante mi expresión asombrada me dijo que esa mina era el acabóse, que después de ella ya no podía haber nada, o sea, que se acabó la historia. Y un poco tenía razón. Al mirarla me acordaba de mis lecturas de juventud, de Fortunato Hauberrisser, ese ingeniero holandés sated, blasé, con spleen que en Ámsterdam se mete en un café cosmopolita, high end y medio decadentón de la post primera guerra y describe a princesas rusas de perfiles bellísimos, con todas las fibras vibrantes de sobreexcitación y postración que entraban del brazo de grotescos especuladores con hocico de chancho. O algo más o menos así. Dicho sea de paso, la novela es El Rostro Verde del inimitable Gustav Meyrink, autor exhaustivamente traducido del alemán al español como medio siglo antes que al inglés.
El poeta había llegado tambaleándose con el 039*, un galán colombiano al que le dicen así porque se las lleva a todas. En los últimos tiempos andaban enyuntados. Inmediatamente se le acercaron a la rubia, que miró fugazmente al colombiano, acusando el impacto de su perfil, su pelo negro ensortijado con un tinte gris en las sienes, sus hombros cuadrados, los ojos negros y penetrantes, pero que se encogió asqueada ante la regordeta mano del poeta que se depositaba con naturalidad sobre su hombro derecho. Y luego como dije, comenzó a besuquearla. Entonces fue que saltó Oswaldo y trató de apartar a la Fuku del poeta, cosa difícil porque ella estaba sentada, y al fin lo logró, pero al correr la silla, con la beldad todavía sentada encima, le faltó el punto de apoyo al poeta que se fue de bruces al suelo e inmediatamente comenzó a sangrar abundantemente por la nariz. El guatón Oswaldo (no sé porqué lo de la doble v, pero así se escribe. Seguramente que debe tener ascendencia europea, como la inmensa mayoría de los argentinos), no atinó a nada, mientras estaba a gatas, recuperándose de la pérdida de equilibrio y mirando como hipnotizado el vértice de las piernas abiertas de la europea, cuyas faldas ya de por sí magras se le habían arremangado. No atinó a levantarse sino hasta unos cinco o diez segundos después, lo que para este tipo de situaciones es mucho, cuando la rubia ya había cruzado las piernas y buscaba los cigarrillos en la cartera, colorada como tomate y el poeta se incorporaba del brazo de 039 para encaminarse dócilmente a la puerta.
En la mesa traté una y otra vez de que Oswaldo me elaborara esa teoría suya de la bohemia, la poesía, el arte en general, porqué las mujeres se ponen coquetas en los aeropuertos, hospitales, universidades y frentes de guerra, pero estaba como ido, y al cabo de unos minutos pidió la cuenta, se levantó a pagar y me dijo
Sabés loco, las europeas no usan calzones
*CERO 39 CERO 39
(Cumbia de MIKE LAURE)
Ay, lo que me duele, lo que me duele,
Lo que me duele, Válgame Dios,
039, 039, 039, se la llevó
(estribillo
VIII
La reforma agraria y el Apocalipsis
En general la gente siempre puede decir lo que le parezca. Claro que no se equivoca el que comenta al pasar de viaje, como turista, o recién llegado a la ciudad desde otros centros urbanos, sobre el aspecto y la atmósfera casi post apocalípticos de esta ciudad sobre todo a algunas horas y en algunos días. Hace unos meses una poetisa chilena que vive en Montreal y que venía por primera vez a Ottawa estaba paralogizada, decía y repetía que no había visto a casi nadie por la calle en el trayecto desde donde ella estaba alojando hasta acá (el restaurante en que tengo instalada mi oficina provisional de jubilado), eso que era viernes en la noche y el hotel en que se quedaba está en pleno centro. El mismo Arturo Méndez-Roca, compañero de ruta ocasional en esta página que antes vivía en Baton Rouge en Luisiana y cuya casa desapareció en los aluviones de hace algunos años, cuando está con unos tragos se lamenta de que todavía no se puede acostumbrar aquí y está soñando con irse a vivir a Montreal. Pero estas mismas circunstancias dan lugar a una vida subterránea y subcutánea, en ciertos enclaves o ‘focos’, como los llamo siguiendo al Ché Guevara y a Regis Debray, autores y estrategas de la lucha popular que frecuenté en mi lejana juventud. A este lugar por ejemplo viene bastante de lo que podría pasar como la bohemia local, músicos que tocan en algunos restaurantes, escritores, sobre todo latinos, y de todas las edades y países. Para quienes frecuentan esta página que tan graciosamente me concede un espacio de vez en cuando y de cuando en vez y leen los trabajos de estos autores y se enteran de sus actividades, esto no será tan sorprendente. Pero llegan también por ejemplo la Guagua L’Amore, la Nana Valpolicella y otras estriptseras del centro y niñas y mujeres afines y del círculo, que ahora prefieren andar con estudiantes o con tipos que parezcan intelectuales por que sí no más, porque es la onda, para la desesperación de los galanes robustos, musculosos, de chaqueta de cuero a los que ya ninguna chiquilla que se tenga un poco de consideración infla por burdos y faltos de clase. Ese es el caso de una niña muy pizpireta y coqueta, que comentan que va a la pelea, que hasta a mí, con mis itantos canos bien representados me ha lanzado sus cortes, y a la que los latinos le dicen la reforma agraria, porque como decía la canción, “de todas maneras va”. Ella llega ahora con un pintor latino más joven que ella, que acaba de llegar a Canadá y que hizo un poco de escándalo en su país natal—que no voy a mencionar—, no con sus estilo, bastante convencional para mi gusto, sino por los títulos de sus obras que causaron en su momento bastante controversia, como uno que se me viene a la cabeza, “gato y mujer con un tremendo culo”. Pero en realidad este joven es bastante práctico, calculador, sabe muy bien como funciona la publicidad y tiene estudios de literatura, el otro día nomás me mencionaba que entre todos los escritores latinos de mi edad (gracias por lo de escritor), yo era el único que no le hacía a la nostalgia, la memoria, etc.. Me preguntó si me había dado cuenta que no tan sólo a nivel de los escritores latinos en Canadá, (y me conminó a revisar esta misma página web que tú tienes ante los ojos, lector), sino de todas partes y de todas las ideas, ese tipo de literatura era cada vez más frecuente, y me dijo más o menos textual en sus propias palabras y con bastantes copas que esos esfuerzos de recuperación de la memoria eran en realidad un esfuerzo colectivo inconsciente de la especie para revertir la cuarta dimensión (el tiempo) por el estado caótico de cosas, algo así como hacer un rewind del tiempo para tratar de retrasar lo inevitable, el fin del mundo, en un esfuerzo contrario, opuesto o complementario al apocalipsismo también tan en boga. Me dijo también que la ideología más seria se oculta en la ficción, y más específicamente en la ciencia ficción o la fantasía. Me mencionó a T.E.D. Klein, que no conozco pero del que he escuchado hablar, y a Gustav Meyrink, del que conozco la pura novela El Rostro Verde, además de un breve texto del director de esta revista, Huidobro literal, que leyó por ahí. Esa noche me fui a mi departamento dándole vueltas a todo este asunto y murmuré para mí mismo, “Qué te parece cholito, qué te parecé”.
IX
Los 25 años de la Internet (esta chiquilla)
Habiendo recibido unas platitas inesperadas que me acaban de pagar de un fondo complementario para exonerados durante los días de la dictadura que afectó a mi país de origen, que no voy a mencionar, hace ya varias décadas, y para reconocer la existencia de éste, mi único (hasta la fecha) medio de difusión—espero que algún día un editor en papel se interese por mis cosas y me proponga una edición en serio, con royalties y todo—-decidí poner parte de esos exiguos pero inesperados fondos para celebrar los 25 años de la Internet (porque para mí es mujer, y además joven, como espero para todos los hispanohablantes de corazón que sean además heterosexuales). Así invité a algunos amigos, pseudo amigos y para amigos selectos y conocidos, y amigos o conocidos de estos amigos o conocidos, también selectos, a una reunión líquida básicamente, pero con alitas de pollo o nachos en el restaurante que me tolera y sirve como oficina durante las horas muertas a partir de la magic hour, en que los viejos que vivimos solos ya no damos más y salimos a deambular por las cienciaficciónicas, apocaliptoides y casi desiertas calles de esta ciudad capital. Al menos yo salgo.
Entonces se juntaron allí Guagua L’Amore, que tenía un turno esa noche como a las ocho y media, una nueva amiga y colega, y también competencia, que Guagua, con su gran corazón había acogido en su círculo y adiestrado en el oficio, con ese mismo corazonazo que me deparaba un rinconcito tibio. Se trataba de una niña de ojos enormes y negros y piernas interminables que decía (en su mal inglés) que ascendía de una familia de la nobleza húngara, aunque las malas lenguas decían que era de por ahí por Croacia y que se la habían traído engañada unos fulanos de la mafia rusa, haciéndola pasar por doméstica, como a tantas otras, ante los negligentes o indiferentes funcionarios de inmigración. Ella decía que estaba haciendo estriptis para juntar plata y entrar a la universidad el año que viene, y su nom de guerre es Nana Valpolicella, idea de su agente (o según las malas lenguas pimp), que no es un Einstein y que cree que así ella se puede conseguir un sponsor de la renombrada marca de vinos. También se apersonó en esta ocasión Apocalipsis Rivera, hijo un evangélico fundamentalista pero que llegó exilado a Canadá en compañía de su hermano menor Deuteronomio, también militante. Todos teníamos en común el beneficiarnos de esta nueva revolución de los medios que se había entronizado en este cuarto de siglo poniéndose al lado de la televisión—por lo menos en mi caso, me paso más tiempo en la internet que mirando babosadas, como dicen los venezolanos, en la Pantalla Chica. Las niñas asistentes (me temo que inclusive Guagua, para callado), eran ya expertas en la técnica de las cámaras digitales y se rumoreaba que estaban percibiendo más por los cientos de internautas que por módicos precios podían tener acceso en definitiva a lo mismo que en el estriptis, donde en general y si se cumple con la ley se mira pero no se toca. Yo, irremediable chocho y ahora botado a escritor, por un lado me mantengo al día de la diaria evolución de mi nieta a través de las fotografías o videos que me mandan sus padres, y por otro—a través de esta misma página por ejemplo y gracias a la gentileza de su director, que siempre ha apoyado a los escritores hispánicos nóveles, y a otros no tan hispánicos—, llego (en teoría) a cientos de lectores. Y para qué hablar de los otros compañeros, que tienen a su disposición todo un abanico de páginas comprometidas que difunden sus artículos antiglobalización y antisistema, y ahora están además promoviendo a la Stasis, que predica el cero crecimiento económico y cero aumento de la población como solución definitiva del problema ambiental, teoría que está haciendo furor en algunos círculos ambientalistas. Y bueno, acabo de estrenar mi nuevo raptor con esta nota sobre el aniversario de la internet y aquí paro, porque me traen mi cerveza.
X
Sobre Godzilla y la amistad
El otro día recibí el llamado en la mañana de una amiga, o mejor dicho una conocida. Mi experiencia me ha enseñado que esos términos no se aplican a una realidad perfectamente acotada. Entonces, podría decir sumándome al coro de los lingüistas, que estas palabras no denotan, sino que connotan, al punto de que muchas veces la palabra ‘amigo’ se aplica, o la aplicamos, dependiendo del grado de nuestra ingenuidad, a parásitos y aprovechadores que parecieran estar esperando la oportunidad para darnos la puñalada por la espalda. Proceder al que se entregan llevados por la explicable codicia (en este mundo globalizado capitalista, ansiar lo que no se posee ha llegado a ser una de las virtudes máximas, siempre que no se trate de la satisfacción honesta de nuestras necesidades).Así actúan impulsados por la envidia que corroe pero nunca llega a la médula, alimentada como está por las mismas limitaciones físicas, morales e intelectuales de sus titulares, ya que para conseguir su objetivo tendrían que aniquilar primero al eventual portador de la virtud o cualidad envidiadas, para convertirse en él. Aquí debo aclarar que en mi ya lejana juventud fui profesor secundario de filosofía, luego de estudiar dicha asignatura en los casi utópicos prados y antiguos pabellones del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, donde tuve la suerte de contar con profesores como Juan Rivano y Paco Soler, y conocer de pasada al director de esta misma revista virtual que lees, lector, para la que escribo esta nota. Pero en ese entonces como él estaba un año más arriba que yo, pese a ser dos años más joven (eso es lo que dice ahora) no me llevaba el apunte. Pero a lo que íbamos. Esta conocida de que hablaba me llamó al día siguiente de que le pagué una cuantas cervezas en un bar del barrio italiano de todos conocido. Su voz se abrió paso por la maraña de hilos punzantes y metálicos que era mi cabeza a esa hora de la mañana. Cada vez soporto menos las noches de francachela y alcohol, aunque con el paso de los años sean cada vez más moderadas. Pero no pude menos de comparar la actitud de esa niña cuyo verdadero nombre no sé (ni me importa saber), que me decía que se acababa de guardar el celular en la cartera y se dirigía con su paso cimbreante a mi desordenado departamento de un ambiente (bachelor como se les dice por aquí) para darme un libro que creía que me podía interesar, ya que ella sabía que hace un tiempo yo andaba haciendo algunas averiguaciones sobre esas pequeñas mujeres tan parecidas entre sí que uno entreve a horas extrañas, en lugares poco frecuentados, pero cuyas réplicas casi idénticas aparecen en los consejos directivos de muchos conglomerados, en importantes posiciones de organismos internacionales, o al menos así le puede parecer al teleespectador o lector avisado. Claro que desde estoy tomando por receta médica una dosis mínima de litio debo admitir que ya no estoy tan convencido de que exista una conspiración de las visitantes, como di en llamarlas, y que a lo mejor las conexiones entre hechos pasados y presentes que en algún momento yo establecí para probar su existencia no son tan evidentes y hasta parece que ellas se han olvidado de mí y ya no me vigilan.
La noche anterior Guagua había llegado al bar acompañada de dos individuos bajitos, de aspecto atlético y cabello gris, muy bien conservados que ella me presentó como unos amigos japoneses que había conocido hace unos días y que andaban en Canadá por asuntos de negocios. Nos pusimos a beber cerveza y sin saber cómo nos enfrascamos en una discusión sobre la cultura japonesa y yo les tengo un poco de sangre en el ojo, no como pueblo, sino como estado, por lo que han hecho con la vida marítima de nuestro país, que prácticamente han devastado, claro que con harta ayuda de los socialistas libre comercio que manejan parte importante del gobierno de Chile y que están vendiendo el país a pedazos. Recuerdo vagamente haber llevado la conversación al tema de Godzilla, de haber afirmado que era el elemento más importante del inconsciente colectivo de Japón, una manifestación del horror de la destrucción ocasionada por las bombas atómicas yanquis, un poco como la aniquilación de toda influencia occidental y de todos los occidentales o que Pol Pot y Cía percibieran como tales, había sido una respuesta inconsciente a los bombardeos clandestinos de Camboya por los mismos personajes. Recuerdo (pero no estoy muy seguro), haber mencionado que el desarrollo capitalista y la ética del trabajo surgidos en el Japón desde la Segunda Guerra Mundial eran un deseo—inconsciente—de convertirse en el enemigo y así estar a salvo a través del mimetismo. Ya para entonces los amigos japoneses se estaban levantando para irse, con el resultado de que a las finales me tuve que hacer cargo de la cuenta de Guagua L’Amore, que ellos no habían cancelado al salir bastante alterados del local. Bueno, pero a lo que iba. Esta niña a la que tenía clasificada como una simple conocida —alguien mal intencionado diría que a esta edad de qué otra manera la iba a poder clasificar—, acostumbrada desde su más tierna adolescencia al homenaje de los miembros del sexo opuesto, me estaba regalando este libro, sobre un tema que me interesaba, que había comprado con su propia plata, gastando su propio tiempo. Me dejó el libro y después se fue y la acabo de subir a la categoría de amiga, aunque la veo muy a las perdidas, en contraposición como decía al principio con esa plétora de arruinadores (palabra argentina) y aprovechadores de que me he ido rodeando con el paso del tiempo. Pero no puedo encontrar el libro que al principio iba a ser objeto de esta nota. Para otra vez será.
XI
Crónica (verde) del Abuelo
En alguna parte creo haber leído que en Estados Unidos hay tantas iglesias como estriptises. Ahora que me acuerdo lo vi en un programa de televisión humorístico y bastante crítico que se llama The Daily Show. Esto lo traigo a colación porque en mi temprana madurez y en algunos períodos críticos de mi vida frecuenté esos locales, a lo que ya no asisto sino a veces para ingerir mis cada vez menos frecuentes desayunos americanos, con huevos, jamón, tostadas empapadas en mantequilla (es de esperar) papas fritas y salchicha, tocino o jamón fritos. Ahora me estoy cuidando un poco del colesterol que es en mi caso una de las cartas marcadas de esta mano que cada individuo juega con las diversas posibilidades de su muerte. Además de que, como es sabido, los desayunos y almuerzos (lunches) son tan baratos como apetitosos en esos lugares, hecho no conocido por el público en general, sobre todo en uno que se llama Sirenas y está en pleno centro, donde de tarde en tarde me como un lunch con una de las niñas que trabajan allí, o mejor dicho esperan su turno, porque a esa hora todavía es muy temprano, a quien le pago su almuerzo y luego salimos a fumar un cigarro en la vereda.
Y lo que pasa es que el otro día Guagua L’Amore, nom de guerre de esta niña, estriptisera ítalo canadiense latinoamericana, de ojos verdes y un metro setenta y dos, me comentaba de la desaparición de uno de los personajes más comunes en ese ambiente. Un alto porcentaje de las niñas que trabajan en este medio son drogadictas y por ende ejercen la prostitución à côté como decimos los franchutes, se ven explotadas, torturadas, por lo menos amenazadas y bajo el control de dos especies de varones frente a los cuales la sociedad hace la vista gorda, los traficantes o repartidores de drogas y los cafiches. Los primeros están aquí para quedarse, ya que la plata que producen las drogas es parte considerable de la economía, y ellos, citando a un poeta amigo “hacen circular el circulante”, y entonces se ganan la admiración o el beneplácito de esta sociedad dizque cristiana, pero que considera al gángster y al delincuente en general como un héroe, siempre que gane harta plata, desde Al Capone, pasando por las bandas de motociclistas, El padrino y la serie televisiva de los Soprano.
Bueno, pero me estoy yendo por las ramas, por los cerros de Úbeda, como dicen los peninsulares. A lo que iba, esa niña me contaba que se había enterado por las otras chicas del ambiente, que muchas estaban reemplazando al tradicional cafiche, o chulo, como les dicen los españoles, los que se estaban quedando sin trabajo. Las niñas se conseguían su buena computadora, amononaban una pieza, instaban su equipo y su maquinita fotográfica digital, hacían una pequeña investigación en el web y en un par de semanas estaban ofreciendo sus servicios virtuales, claro que por menos plata, de digamos unos ciento cincuenta o doscientos dólares bajaban a dos o a tres, pero sin salir de la casa, sin tener que pagar comisión, y a veces con centenares de clientes ‘en línea’ por semana. Y entonces hablamos de cómo los cafiches del futuro iban a tener que tener por lo menos un título de ingeniero de programación y el prototipo del pimp que endiosa la cultura y música Hip-Hop iba a ser en cambio un tipo blanco, de anteojos, flacucho y de terno, y esa imagen, llevada de la mano por la dinámica de la cultura popular, iba a entrar al paraíso de los arquetipos sexy contemporáneos. Pero las profesionales del amor ya más entraditas en años y, ojalá, con algunos medios, echarían de menos a sus antiguos torvos protectores y viajarían de vez en cuando a los países latinos, que más o menos igual o peor que ahora, en virtud de llevar la peor parte en ese proceso que economistas y sociólogos conocen como ‘Dependencia’, iban todavía a proporcionarles por medio de sus machos el maltrato y explotación directa añorados, fieles al popular dicho que todavía se escucha en las siniestras calles de un país latinoamericano que no quiero nombrar: “quien te quiere te aporrea”.
XII
apertura de las puertas del infierno
Por fin se retira el ruedo de los últimos coletazos del invierno, como el borde más a ras del suelo de una señora de esa de las antes, repolluda y pesada, que se demorara un poco por el cemento húmedo ¿Cómo estamos?. De tanto leer y tanto juntarme con escritores se me están pegando algunas cosas, aunque siempre me sacaba un siete en las composiciones cuando estaba en preparatorias, que así se debe llamar todavía la escuela elemental en Chile. Entonces me vengo en la tardecita y no en la noche al bar, porque me dijeron que esta época en la noche empieza a aumentar mucho la clientela, por lo tanto no me puedo estar sentado una hora con una cerveza en la hora pico o la hora cresta, según el país de donde venga uno. Claro que el mozo me lo dijo de manera más gentil. Eran las cuatro en punto cuando llegó esa niña mexicana, claro que de Estados Unidos, que dice que es WICCA, es decir bruja, y que hay que reconocer que para hacer rima, todavía está harto rica. Como ella sabe que a mí me gusta su poco el ocultismo, los masones y los templarios, los discos voladores, claro que sólo por entretenerme, que creo que hay una conspiración de mujeres chicas que denomino las visitantes, y que en realidad parece que son extraterrestres. Eso se lo conté, claro que medio en serio, en una fiesta latina en el lado francés, antes que alguien me pasara una guitarra, y que es donde la conocí.
Pero ya llega con una cervezas en el (torneado) cuerpo. Yo ya estoy muy viejo para hacerme ilusiones, pero en una de éstas, y para romper el hielo empezamos a conversar de política, de la situación internacional, y la gente nos mira desde las otras mesas, ya que estamos hablando fuerte, moviendo las manos, y más encima en otro idioma. Dicho sea de paso, esta es una de las ventajas de venir a instalarse en un boliche del Barrio Italiano, ya que es corriente que haya gente que habla alto y en un idioma parecido al castellano, y entonces podemos hablar de nuestras cosas con cierta impunidad. Aquí los gringos hablan del tiempo, del precio de la bencina, de sus gatos y perros. Y ella me dice que es una gran suerte que los católicos se hayan mantenido un poco al margen de esta guerra de canutos ultra bolicheros anglos contra musulmanes ultra bolicheros mayoritariamente árabes, ya que los protestantes no tienen el peso espiritual como para que pase nada, entonces estamos a salvo. Pero cómo es eso, le pregunto o exclamo, tratando de entender, a salvo de qué. Bueno, ella me dice que si alguna vez he visto una película de terror de fantasmas y Apocalipsis cuyos personajes o trama sean protestantes, o leído alguna novela de terror con vampiros y castillos canutos, es decir protestantes, pese a los esfuerzos del genial Ramsay Campbell o de la ya extinta Hammer Productions, que produjo todos esos filmes clásicos de vampiros con el Christopher Lee. Me acuerdo, pero todavía no le agarro el hilo, y ella me dice otras cosas y cambia de tema y se pone a alegar contra el Papa por decirles a los indios en Brasil que ellos estaban esperando en todo el continente la religión monoteística con los bazos abiertos y recomendándolo a los curas que no se metieran en política, que después de todo este Papa es alemán, en un de estas un protestante disfrazado, o criptoprotestante como los llama ella, y mis esfuerzos para hacerla volver a lo que estaba hablando antes son absolutamente infructuosos, hasta que veo que lleva al cuello un crucifijo de plata, — porque se le ha entreabierto un poco la blusa—, del que cuelga un diente ajo. Pero antes de que pueda preguntarle nada me dice que tiene que ir al baño a hacer pichí, mientras a mí me va cayendo la chaucha.
En mi lejana juventud en mi país natal fui profesor secundario, en dos asignaturas y en todo tipo de establecimientos, desde el liceo fiscal de elite y el colegio particular francés o británico al liceo nocturno rasca con cursos de más de sesenta alumnos de todas las edades y oficios, generalmente de las clases más modestas. Yo sitúo la profesión de la pedagogía como una de las más exigentes, y que junto con la psiquiatría y el sacerdocio, exigen el mayor conocimiento del alma humana. La enseñanza consiste en parte en hacer que la mente del discípulo, como una reluctante embarazada terminal, de a luz sus propias intuiciones o compresiones borrosas, en una forma articulada y más o menos clara, en que muchas veces la guía del pedagogo es como la cesárea que permite brtotar ese vástago de la mente humana que quizás de otra manera no existiría: el conocimiento. Entonces es que me representé ese friso de entes espirituales o fantasmagóricos, fantasmas, vampiros, hombres lobo, horlas (seres invisibles que según Maupassant asedian a los seres humanos), los terribles Dioses Antiguos lovecrafianos, cuyo autor posiblemente bautista o metodista, gozó sin embargo de una espiritualidad católica, o mejor gnóstica, con ese universo creado por el diablo o regido por una burocracia descendente de ínfimos ángeles cada vez más degradados que de puro degradados se van haciendo demonios. Entonces es que, como digo, y reconociendo que esa horrenda mitología con todo su poder destructor es fundamentalmente católica, como los innumerables demonios que dicen que su nombre es legión cuando hablan por la boca de los posesos, di un paso más en esta concatenación lógica. Para mí todo esto es ficción. Pero si por un momento se cree en la existencia de ese ámbito y las posibilidades de destrucción física y espiritual que conlleva, es indudable que hay que mantener cerrado ese portal. Imaginemos que haya alguien que, como mi conocida, —que no es realmente amiga mía—, cree en eso. Entonces para esta persona la entrada del catolicismo en esta guerra a dos bandas entre protestantes y musulmanes podría despertar a esas fuerzas que se mantienen durmiendo en sus ciudades mentales de incomprensible geometría, como los dioses acuáticos de Lovecraft, con incalculables consecuencias aniquiladoras. Por un momento al ponerme en el lugar (psicológico y cognoscitivo) de esta mujer, recuperé esa sensación excitante de mis años de enseñanza, de entender al alumno, de ponerse en su lugar, de ver al mundo con sus ojos, para luego poder guiarlo con mano firme por los senderos de la Sofía. Y al hacerlo llamé sin demora al mozo para decirle que pusiera el consumo de los dos en mi cuenta—aunque no ando muy boyante que digamos—y me precipité afuera del local felicitándome de que mi teléfono no aparece en la guía.
XIII
Pupusas y el Mal del Mundo (en Semana Santa)
Se supone que tengo harto tiempo libre, pero es absolutamente falso. Sólo escribir estas crónicas me ocupa bastante porque a pesar de mi desorden generalizado en muchos campos de la vida cotidiana y también en otros, soy sumamente minucioso para algunas cosas y me gusta revisar todo lo que escribo (aunque a veces no parezca). Incluso negociar mi intermitente aparición en estas páginas me consume tiempo, hay bastantes lectores interesados, no sólo locales. Hay alguna gente a la que no le gusta para nada lo que escribo, sobre todo los que tienen convicciones cristianas acendradas. Pero el mismo Jorge, que dirige esta página y vive aquí mismo, en Ottawa, me dijo que lo habían echado de una lista de escritores, algo así como Literatura Bolivia o de Bolivia, porque había polemizado con un señor que parece que es evangélico que mandaba siembre mensajes desde Brasil con unas anécdotas latosísimas.
Esa tarde, o más bien ese crepúsculo estaba sentado en una mesa del Pub para juntarme con un salvadoreño que iba a dar una receta personal de pupusas, ya que mi hija, entre sus estudios de postgrado y su guagua, ahora quería compenetrase con sus raíces latinoamericanas y me había pedido la receta para hacer pupusas (que yo no tenía)--, entre otras, como la de la lujuriosa empanada, incluso con sus variedades, la argentina seca y mazacotuda, la pequeña y aguachenta colombiana. Y llegó este hombre, todavía joven, bastante más joven que yo, el más eximio hacedor de pupusas de la Capital Nacional. Lo reconocí ¿No eres tú el que escribía esos artículos tan religiosos en el diario?. Porque hay un diario, mejor dicho un periódico mensual en español en Ottawa, y los autores de columnas regulares aparecen con una fotito en la parte superior izquierda de sus contribuciones. “Pues sí”, me contestó “pero ya hace bastante tiempo que echaron de la Iglesia y ahora le digo que hago las mejores pupusas de la ciudad y que no le vendo sólo a mis connacionales, sino a toda la comunidad”. Y era cierto, por eso ahora estaba sentado en mi mesa. Una persona muy importante en la comunidad latina, que no vamos a nombrar porque no somos copuchentos, le había contado mis afanes investigadores culinarios. Me contó que se divertía mucho cuando leía mis crónicas en este medio virtual que estas ahora leyendo tú lector, pero eso no me gustó mucho. Yo no escribo tan sólo para entretener.
Pero a lo que íbamos. Este señor era un connotado miembro de la Iglesia Gnóstica de su país, que en realidad es otra secta protestante, como los Cuadrangulares del Norte Chico de Chile, por ejemplo. Inquieto y curioso, ávido lector en sus ratos libres, se topó con el nombre de los gnósticos en diversas fuentes, casuales primero e intencionales después. Esa noción de un Dios que delega subalternos, que a su vez delegan a otros, hasta que luego de 365 procedimientos similares los dioses o ángeles suches de menor categoría crean el universo, y según Borges comentando a Basílides, se llega a que “El señor del cielo del fondo es el de la Escritura, y su fracción de divinidad tiende a cero”, como aparece en la edición de Bruguera del primer tomo de los dos que compilan la obra en prosa del genial argentino, de 1980 y con muchas erratas, por ejemplo en el título de ese artículo o nota se lee “Una vindicación del falso Bisílides” (comprobación mía posterior a los hechos en una biblioteca pública citadina que no viene al caso nombrar).
Llegado al país como refugiado de una sangrienta lucha de intento de liberación en su país natal, y muy pendiente de lo que pasa no sólo en su país o en Latinoamérica, sino en todo el mundo, estaba llegando a asumir el significado original de lo que era ser un gnóstico: aceptar el mal consustancial al mundo, que era creación del Demonio o de un Dios subalterno. El día después de haber visto por televisión en un documental unos predicadores de Estados Unidos, muy limpitos y rozagantes, que proclamaban que su generación era mejor que todas las anteriores y que la próxima la iba incluso a superar, nuestro amigo (cuyo nombre omitimos por razones obvias) hizo llegar sus pareceres a las cúpulas de su Iglesia, lo que valió la expulsión y un equivalente a la excomunión. “Pero no importa”, me dijo, “tengo ahora un modesto sitio web con más de 10 000 lectores mensuales y las pupusas me las compran incluso desde Montreal”. Yo alguna vez fui creyente y en mi temprana juventud dejé de serlo gracias a ese espectáculo del (casi) absoluto imperio del mal en este mundo que mis ojos perspicaces no podían dejar de apreciar, sobre todo en esa década de los setenta del siglo pasado en que dictadura tras dictadura rellenaba las cárceles y multiplicaba casas de tortura y desaparecidos. Maduro (o más), materialista hasta el tuétano (pese a ocasionales devaneos como los que el lector conoce y originaron estas crónicas), no tengo problemas para entender el comportamiento neurótico y suicida del animal humano. Pero a mí, maní, como dicen los peninsulares. Pero él, embargado de un espiritualismo dolido, y habiéndose dejado llevar por una conversación sobre temas que lo afectaban profundamente, repentinamente se calló, se disculpó de haber ocupado mi tiempo, se paró y se fue sin dejarme la receta.
XIV
Básicamente de nombres
Ese día me vine al café un poco más temprano no tan sólo porque me tenía que encontrar con Apocalipsis Rivera, sino que para comerme una hamburguesa. Me debato entre dos polos de una disyuntiva, como alguna vez le pasó al Quijote: “o no lo sabes señora, o eres falsa y desleal”. O tomo pastillas para el colesterol o no como más hamburguesas, que me gustan de vez en cuando. Seguro que Apo (o Ape, como le dicen algunos de sus amigos canadienses) andaba con un asunto entre manos que no me quiso explicar ni por teléfono ni por email. “Las cosas importantes hay que hablarlas de persona a persona”, es decir que a lo mejor sabía de antemano que yo le iba a decir que no, y pensaba que hablando conmigo en persona me iba a poder convencer. Buena suerte. La gente en general cree que yo soy fácil para que me convenzan, especialmente este joven, bastante seguro de sí mismo (joven digo, aunque ya debe andar por los cuarenta). En eso había salido al padre, pastor de una secta protestante más o menos fundamentalista, un hombre acostumbrado a ganarse los porotos con su poder de persuasión. Él en cambio había salido materialista y ateo, revolucionario al cuadrado, lo que me hace recordar a ese personaje de Sábato, el comisario de policía ese que según Fernando Vidal, que adentro de Sobre Héroes y Tumbas suelta su propia culebra en El Informe sobre Ciegos, perseguía a los pistoleros anarquistas y se llamaba Giordano Bruno, así le había puesto el padre, anarquista fanático, vegetariano, estudiante de esperanto, que en su juventud había vivido en una comuna tolstoiana. Mientras esperaba a Apocalispsis peleaba con las ganas de acercarme a un conocido que me acababa de saludar desde otra mesa para pedirle un cigarrillo luego de ofrecerle en una moneda de a dólar para luego proporcionarme y prenderme el rico veneno, el cuchuflí cancerígeno de tabaco y alquitrán, sin aceptarme desde luego la moneda, para eso están los amigos. O conocidos en este caso, y pensaba en esos padres imbuidos de sus ideas, de los nombres que les encajan a la progenie, el ejemplo conocido de los Acuña, de principios de siglo, bautizados Sansón Radical y Chile Mapocho los hijos, y Australia Tonel y Justicia Espada, las mujeres, la segunda habiendo sido la primera mujer médico de Chile. Supe a que a Chile Mapocho lo mataron en una pelea de gángsters en una de las grandes ciudades norteamericanas. Me tomaba el café y me acordaba que tuve la oportunidad de conocer en mis años de estudiante secundario, en circunstancias que prefiero mantener secretas, a un Edison Hugo Emerson Pérez Fernández y más adelante, en la ya remota Facultad donde estudié para profesor en el Otro Lado del Mundo a un Lenin Stalingrado. En esos días había una maraña de Tanias, Fideles, Ernestos entre los hijos de los primeros de mis amigos que contraían matrimonio o se ponían a vivir arrejuntados, que décadas más tarde a lo mejor darían a luz quién sabe qué nombres. Pero perdido en estas conjeturas me sobresalté cuando Lips, que así le dicen a Apocalipsis otros de sus amigos canadienses, se sentó a mi mesa con sus ademanes desgarbados y me plateó el asunto como es su estilo, sin mayores preámbulos, ya que “los hombres en tanto género hemos tenido un ‘bad rap’. Se trataba de que le ayudara a organizar una presentación teatral para exaltar la masculinidad, así como una respuesta a los monólogos de la vagina, él estaba interesado en trabajar en la producción de una obrita teatral de un acto de un amigo chileno, que no quiso nombrar, titulada “Soliloquio del pelado chascón”, que según él habría ya montado medio en la clandestinidad en Santiago el autodenominado Taller Filorte, grupo del que yo personalmente nunca he oído hablar. La alternativa era seguir un rato conversando en la mesa con ese hombre todavía bastante joven, de ojos un poco extraviados claro, pero hijo de un conocido, o largarme al baño y salir por la puerta de atrás, cosa que en definitiva hice, pensando en el destino de los hijos que salen tan distintos a los padres, y que en realidad si salieran todos parecidos sería una lata.
XV
Crónicas del Abuelo — Autocrítica
Después de eventos de carácter personal que me ocuparon los últimos meses del año pasado, que forzaron mi ausencia de este vasto país y la residencia temporal en mi tierra natal, y de una hibernación voluntaria, ya que durante los meses álgidos del invierno, sobre todo el febrero boreal, evito lo más posible salir al exterior, estoy de vuelta a mi mesa habitual vespertina en ese café del Barrio Italiano cuyo nombre se me ha solicitado no mencionar, debido al carácter problemático de las opiniones que vierto en esta página que tan acertadamente dirige mi amigo el poeta Jorge y que podría contar entre sus lectores con clientes habituales o potenciales de dicho establecimiento. He caído en la cuenta de que mi investigación sobre las visitantes (presuntas extraterrestres o quizás clonas que viven entre nosotros—ver mi nota anterior sobre el Manuscrito Voynich en esta misma página—), adolecía de un impulso muy arraigado en las sociedades humanas y que tendí a seguir sin mayor reflexión, alimentado por ciertos hechos e intuiciones que siendo indudables no viene al caso tratar aquí. Esa falta, producto quizás en mi caso de una cierta ligereza intelectual, consiste en ver en las mujeres un enemigo potencial, un conspirador, un testigo que calla y observa, que planea su revancha por tantos milenios de esclavitud. Esa idea, en general no expresada ni conciente, de que de esa fisiología tan diferente — nada hay comparable a nivel del macho al alumbramiento, a ese volverse por unos meses una fábrica de vida—, se desprende la emanación natural de una manera de ver las cosas, una concepción de mundo (Weltanschaung para los alemanes), distinta, inconcebible para los hombres, y por esto quizás opuesta, de seguro amenazante. Existe una convicción no confesada en casi todas las culturas de que habría una necesidad absoluta de la mujer para poder reproducirse, trascender en la historia y en tiempo, reproducir el material genético en progenie hermosa o grotesca, pero propia. De ahí los cientos y miles de brujas quemadas y torturadas, el control de la mujer y su subordinación en las tres religiones así llamadas Del Libro, que reconocen a la Biblia como inspiración fundamental y que no vamos a nombrar aquí para no perjudicar a esta página que tan gentilmente nos posibilita un medio de expresión. Sigamos. Las incontables niñas recién nacidas con el cráneo roto o dejadas morir de inanición en la China, que en realidad nunca fue purificada por el fuego comunista, y en la India, esos gigantes económicos que se están despertando y se aprestan a aportar su cuota de avance hacia el Apocalipsis ya bastante adelantado por los protestantes anglosajones mediante sus esquizofrénicas empresas económicas y políticas. Bueno, pero se trata de autocrítica y no de instalar el ventilador. Me pego en el pecho, y en forma pública, ante el desconcierto de los otros parroquianos que me miran con el rabillo del ojo y carraspean, y el recelo del administrador y los mozos del café que empiezan a rondarme como buitres revoloteando en torno a la carroña
El distorsionema en la sintaxis óntica (experimentada por el sujeto que escribe)
El abuelo (vicariamente)
Uno de los errores más difundidos es identificar la distorsión o alteración de la así llamada realidad con contextos luctuosos de enfermedades, desastres, conflictos a veces casi genocidas, crímenes, que en realidad y a ojo de buen cubero se enmarcan sin mayor problema en las categorías de lo normal. El otro día estaba sentado con un grupo de personas que no voy a nombrar discutiendo un documental de un amigo cineasta antes de su terminación y muestra pública, y un amigo poeta sentado frente a una delicada rubia trataba de impresionarla con alegatos de la cercanía o proximidad casi de la muerte y la violencia con la poesía, de cómo eso en el fondo tan añejo y manido estaba presente en un afamado autor ya fallecido cuyas voluminosas novelas me hacen bostezar y que por supuesto tampoco voy a nombrar. El aburrimiento que siempre me ha producido leer a Sade con sus infinitas variaciones de tortura y sexo que repiten una gramática de elementos tan limitados no equipara el pavor que al otro lado del espectro me provoca la cercanía de los cuervos, que ya empiezan a emitir sus croídos pareciera que casi junto a mi ventana, o que con alarma se avisan unos a otros cuando me ven venir a lo lejos por la calle. A veces ése es un indicio de esa alteración de los normemas o normalemas, unidades de sentido cuya sintaxis y combinación constituye la realidad habitual. Y que no se me malentienda. Esa realidad puede ser la del ghetto de Varsovia o de los jóvenes que el implícito sadismo del sistema (hablo de Canadá) mantiene habituados a la droga en el centro de la ciudad de Vancouver. O la de Colombia con su permanente expurgación de elementos indeseables a las castas gobernantes que abierta o solapadamente cobra miles de víctimas al año. O a la sistemática tortura y eliminación de mujeres en México y Guatemala, entre otros, en parte resentimiento del grotesco varón mal parecido y desplazado, anónimo y carente de poder que acecha en los vericuetos de las megaciudades o que en un delirio quizás genético de control de su descendencia, escritura en sus libros sagrados el control de la mujer y la cubre de pies a cabeza manteniéndola en casa. No. Ésas cosas son habituales y pasan a inscribirse en el acontecer normal, de todos los días. Los normalemas o normemas (ya que lo normal también es la norma) sólo son las unidades que forman la sintaxis de lo real (percibido), no tienen más preferencias axiológicas que un semantema o un fonema.
Quizás debiera haber barruntado algo cuando estábamos en ese café en Toronto en un evento que no me conviene mencionar y me encuentro unos anteojos muy parecidos o casi iguales a otros que hace años me compré en Italia o esa pareja sentada en una terraza nocturna vacía donde el tipo, un gringo, conoce a un amigo que poca gente conoce y la niña es profesora de yoga y mexicana, cosas todas de remota probabilidad cuando somos las únicas mesas ocupadas y somos tres tipos latinos en mi mesa. Anécdota que en sí no parece nada, pero si se la liga con otros eventos, como esa visita inesperada la otra noche a un escritor uruguayo un poco ofendido en circunstancias ligadas a un evento reciente que no voy a nombrar, que escribe una novela sobre una interpretación clave de la historia de su país y menciona a los masones que hacía unos días alguien había vinculado en un libro con mi abuelo—lo vi en el web—, con una película italiana que estaba viendo la noche anterior y una de cuyas escenas describe una autora argentina en una novela de la que lee una parte. Luego de que un par de noches antes había perdido en un café los anteojos encontrados en Toronto sentado junto a una autora mexicana. Mientras los cuervos graznaban en las profundidades de la noche
II
Sueños de Goya/pesadillas del Goyo
Manifiesto de Tarzán
Bundolo Kriga Bundolo
Kriga kriga Bundolo
Bundolo kriga
Kriga
Bundolo Kriga
Fue en esos tiempos de las visitantes, esas mujeres chicas que habían aparecido de repente y que no se sabía si eran extraterrestres o ya estaban entre nosotros desde tiempos ancestrales, pero sí tenían un gran e imprecisable poder del que muy pocos eran conscientes. Entre ellos yo, claro que antes de que empezara a tomar la pastilla. En esas sesiones y controles médicos fue donde conocí al Goyo, un artista latinoamericano llegado hacía algunos años que se había obsesionado con cierto tipo de arte, el de Ensor, Bresdan, Redon, Bosh, Brueghel, las ciudades perplejas de Piranesi, las tiras cómicas de Druillet (que fue el que hizo el póster de Quest for FIRE, cuyo estreno tuve la suerte de ver en París hace bastantes años), Gigier, que concibió el Alien de la película homónima, pero sobre todo con los sueños de Goya, claro que esta obsesión pese a ser predominante era la parte central de un cuadro clínico (así se dice), con otros aditamentos. A veces tenía pesadillas de las que se despertaba gritando y bañado en sudor. Otra veces no podía dormir nada, y se pasaba la noche haciendo dibujos y pintando, con bastante talento, pinturas inquietantes, una de las cuales me regaló pero que en ese entonces yo ponía dada vuelta contra la pared. Ahora ya no me afecta tanto.
Por supuesto que no tuvo éxito en sus intentos de conseguir plata con los organismos de financiamiento de las artes que no voy a nombrar, ya que alguna vez espero que me suelten algunos morlacos por estos textos que gentilmente me publica en esta página mi amigo Jorge, él mismo un poco aficionado a la plástica. Pero sus frecuentes solicitudes, así como sus diligencias para una exposición se topaban con las limitaciones de lo que en estas latitudes se considera como arte, pocas y claras ideas centrales que no confundan y que puedan ser agarradas al vuelo por cualquier espectador ocasional (un poco lo que llaman ‘arte conceptual’), buenos materiales, caros, una ejecución limpia, con colores si se puede brillantes. El Goyo concedía, eso sí, que se estaba produciendo una revolución de las artes decorativas en Canadá. Entonces, ya más tranquilo se instaló un blog donde pone sus cosas, con bastante éxito en otros países, aunque no le reporte platas. Y así ahora que puede tomarse una que otra vez su cerveza se viene a veces a este restaurancito con otros miembros de esa fauna a quienes les digo que siempre pregunten por mí cuando llegue, aunque ya me hayan visto, para que me sigan aceptando con la premisa de que les llevo clientes.
Así es el Goyo como llega a veces con la Guagua que ahora ya no trabaja de estriptisera sino que en un restaurante de Hull bastante bueno, donde es la única parte de la ciudad donde he podido comer un filet mignon de cheval y donde ella dice que hace más plata en propinas de lo que sacaba empelotándose. Y junto con ellos viene también un escritor, poeta, prosista, crítico, cronista, que ha incursionado en el cine, la traducción, la enseñanza, la plástica, la edición y la política, multifacético personaje al que le dicen “el mosca”, por que las moscas tienen ojos multifacetados y que el otro día nos trataba de explicar la antipoesía, que según él se trataba básicamente de una cosa de contexto y salió con este ejemplo. El dicho tan común “ni corto ni perezoso” es bastante universal en la lengua castellana. Pero si le ponemos un título ‘x’ va a cambiar, se va a “recontextualizar” como decía él, en otro cosa totalmente diferente, a saber:
El miembro ideal
Ni corto
Ni perezoso
Y lo pongo a manera de ejemplo, aunque pueda ofender, aprovechándome quizás de los últimos momentos de libertad de la internet, que el director de esta página dice que tiene los días contados. Se dice que este poema ya había sido difundido, y con bastante interés, por los miembros del taller Filorte, que se autodefine en su mandato como “una organización cultural de base de afirmación genérica masculina” y que pretende defender a sus miembros del --para ellos-- opresivo feminismo en Norteamérica. Bueno. Sin comentarios. Y me olvidaba de decirles que el poema que sirve de epígrafe a esta nota también es del mosca.
III
La eternidad a la hora de los quiubos
Los años que no perdonan y un otoño frío, con una humedad casi de invierno chilensis me mantienen encerrado en mi departamento, dubitativo--¿les gusta esta palabra?. Creo que es primera vez que la uso--.. Pero al fin me pongo una camiseta, una camisa, un chaleco y un cortavientos que me compré en uno de mis viajes a Chile y que usé una vez en Angelmó, que queda bastante abajo en el Sur de Chile al borde un brazo de mar que se cruza para pasar a Chiloé, unas islas todavía más al sur, esto para beneficio de los hermanos hispanohablantes en estas tierras boreales que leen esta nota. Que escribo en un local remozado y con un personal de niñas bastantes simpáticas que atraen a nuevos clientes que se portan muy bien, gracias a esta grata atmósfera y a un par de bouncers tan imponentes como eficientes. Aquí se puede disfrutar de una tranquilidad inusitada en este tipo de establecimiento, en realidad un pub que cuenta entre su clientela crepuscular y nocturna a una fauna surtida, a varios patos malos /creo) y a algunas niñas ‘de la vida’ como se decía en mi país cuando yo era chico, pero independientes y orgullosas, que trabajan con internet y que andan con matagatos en la cartera o esas bolsas artesanales a que son aficionadas, todo por una recomendación que le hice una vez a una que me paró en la calle y me pidió que porqué no la acompañaba unas cuadras porque unos tipos en auto la venían siguiendo. Esto es una primicia, no se lo cuento a todo el mundo. Eso sí, se lo mencioné al pasar a una niña nueva, que es básicamente estriptisera y que me presentó la Guagua, fundamentalmente para que le pagara unos tragos y se la sacara de encima, ya que por razones de competencia, cuando se le ocurre que no se ve muy bien o anda medio de maletas, no le gusta que la vean con otra compañía femenina muy atractiva. Como es el caso de esta niña cuyo nom de guerre es Frou-Frou La Frog, porque es quebequense, y que tiene unas piernas extraordinarias, que le empiezan arribita de los pies y le llegan hasta la ingle. También frecuentan este lugar, mi nueva oficina porque el otro boliche quebró, Feto Von Thyssen, un inmigrante alemán más o menos reciente, chato, gordito, muy rosado, de carita redonda y manos chicas, ET Woodsworth, un gringo flaco, de frente alta, ojos salidos, orejas enormes y medio tirando a hidrocéfalo por el porte de la cabeza. Esos apodos justifican la tradicional picardía del latino, parte de los habitués del otro boliche que nos vinimos para acá en tropilla, como dicen en la otra banda (Argentina).
Y por supuesto también llega de vez en cuando y de cuando en vez el Apocalipsis Rivera, a veces solo, a veces con su hermano Deuteronomio, y que a vuelto un poco a la cristiandad, o canutidad, quizás llevado de la mano por la marea derechosa y fundamentalosa que todavía pudo elegir al Harper. Antes no me había dado cuenta de que aquí, como en los países de donde venimos, las modas de Estados Unidos las seguimos con varios años de atraso, como no se cansa de afirmar el director de esta página el poeta chileno canadiense Echeverri, que también llega a veces por acá con Patrick Phillmore, un poeta canadiense, Arturo Méndez, otro escritor chileno casi de la edad mía, bastante poco amistoso y que se vino de Baton Rouge en Luisiana después de lo de Catrina, damnificado, aterrado y sin pega. Un tipo muy raro. No me gusta ni entiendo mucho lo que escribe en general en esta misma página, pero si por algo salimos del terruño original—por si no lo he dicho, yo también me vine por lo del golpe del 73—es porque la democracia consiste, o debería consistir al menos, entre otras cosas, en el derecho a pataleo. Méndez-Roca puede publicar aquí y yo puedo decir que no me gusta lo que escribe y el Director no me va censurar lo que escribo.
Ahora a Apocalipsis le ha bajado una interpretación del asunto de la vida eterna, que como se sabe es uno de los conceptos centrales de la religión cristiana. Sin ir más lejos no hay más que acordarse de eso de “y la vida eterna amén”. Pero no tan amén, según Apocalipsis, ya que según él no se trata de que Dios haya prometido la vida eterna, y cita al teólogo Charles Kingsley que en 1855 escribió que el significado de la palabra ‘AION’ (Siglo, Edad, Era) que se usa en las escrituras, jamás se usa para significar eternidad o tiempo sin fin, sino que significa un periodo de tiempo. Entonces pasó a explicar que eso quedaba clarito en el Antiguo y el Nuevo, por ejemplo a Adán se le habían dado 930 años, siendo que al comienzo Dios había decidido que la vida de los seres humanos se limitaría a 120 años. También estaba el caso de Noé que habría vivido hasta los 959 años, los 969 años de Matusalén, pero los sorprendentemente breves 120 años de Moisés en este contexto. Y ahí entró a terciar Deuteronomio, que dijo con toda razón, desde ese punto de vista, que claro está que los designios de la Divinidad son inescrutables y que las cualidades o empresas por las que premia a algunos seres humanos con una relativa longevidad son incomprensibles para nosotros los pobrecitos mortales. Entonces es que miré a mi alrededor para ver si estaba por ahí Jorge o A. Méndez, sobre todo este último, que siempre está dispuesto a discutir sobre religión y atacar a los creyentes, como queda de manifiesto en su blog, bastante atrasadito, Zonagris http://interzonal.blogspot.com/ (a ver si me paga unas cervezas por la propaganda). Pero los viejos verdes estaban hablando con las niñas y les estaban contando chistes, por la manera como se reían. Y les dije que iba al baño y aproveché para escabullirse por la puerta de atrás
IV
La roncagliolización de Roncagliolo
Venirse a Canadá es para muchos como una bomba de fragmentación que hace estallar los diversos componentes de nuestras identidades, tan laboriosamente armadas por siglos de genética y de sociedades más o menos uniformes etnolinguísticamente hablando. Eso le pasa a veces a uno al sumergirse en este medio cosmopolita (un poco) y multicultural y multilinguístico, pese a los esfuerzos denodados de políticas oficiales que quieren enmarcar la vida cotidiana y cultural en los dos idiomas oficiales, inglés y francés. Pero el invento se rebalsa, se sale por todos lados. A medias inmersos en la nueva sociedad y aún con un pesado bagaje de su vida anterior, el tambaleo y dispersión de su antigua y sólida identidad aqueja a muchos recién llegados (o no tan recientes. El director de esta página descubrió sus raíces vascas en un viaje a Donostia—vulgo San Sebastián, y escribió un poema sobre las protestas callejeras de los jóvenes vascos (creo), Kale Borroka, bastante reproducido y que le valió ser considerado como poeta vasco por ahí en una página: http://www.txistuytambolin.com/txt2/pages/bost.html).
Entonces no es raro que el Chepo Roncagliolo, bastante criollo los primeros treinta años de su vida hubiera empezado a preguntarse y a hurgar su ancestro italiano, además de cachiporrearse de su parentesco (lejano) con el famoso autor peruano Santiago Roncagliolo, el ganador más joven del Premio Alfaguara de Novela. Cosa esta última que no debiera sorprendernos. En estas latitudes algunos recurren a todo lo que pueda agrandar su valor en este mercado laboral y social más o menos indiferente. El Ronca, como le dicen sus amigos, los que no le dicen Chepo, que va por José, empezó a interesarse por sus ancestros italianos y así es como llegó al bar de la calle Preston (en Ottawa, Canadá) en el pleno corazón del barrio italiano y que gracias a la moderada presencia de clientes uso como oficina. El otro día llegó con un poeta italiano y se sentaron a mi mesa, el Ronca muy interesado e inquisitivo sobre aspectos de la vida de Garibaldi, de si la república del Saló que instaló Musolinni en los últimos años de la guerra y bajo la égida de los alemanes tenía en realidad elementos socialistas, y terminó por mostrarle un breve antipoema al poeta, que algún momento había dicho en una sesión de El Dorado, que funciona en otro local por aquí cerca, que Ottawa no sería lo mismo sin la presencia de los poetas chilenos*.
El segundo y menos frecuentado de los alias de Roncagliolo, el Ronca, se debe a su voz baja, de fumador, que hace que la gente que lo empieza a conocer se pregunte si anda con tos, y si se trata de alguna nueva variedad del virus de la influenza. Guagua da vuelta disimuladamente la cabeza para un lado cuando habla con el y la Nana sin ningún disimulo se tapa la boca con un pañuelito de seda blanco. Eso del juego con los apellidos es bastante corriente en Chile. Por ejemplo, en mi ya lejana juventud tenía un amigo de apellido Cuevas, que luego pasó (perdonándome la vulgaridad) a raja, de ahí se transmutó nuevamente en Jara, apellido bastante frecuente en todo el mundo hispánico, para terminar en el afectuoso y amical Jarita, en ese pueblo tan adicto a los diminutivos. E inmediatamente se me vinieron a la cabeza una serie de posibilidades para esa búsqueda de sus ancestros tan legítima en un ambiente como éste en que las identidades tienen un poco que fabricarse, amononarse, entre la estandarización de la sociedad neoliberal con un gobierno tan reaccionario que te la voglio dire, poco amigo del cambio y de los extranjeros, y el desarraigo natural de uno en estas circunstancias. A buen roncagliolizador pocas palabras, roncagliolízate, buen roncagliolizador, la roncagliolización es la madre de todos los vicios, y otras cosas por el estilo. Pero lo último que supe es que José Roncagliolo está trabajando como voluntario en la organización de la settimana italiana.
*El antipoema de Roncagliolo, que él califica como antipoema intercultural bilingüe, trata justamente de este mismo tema, y paso a reproducirlo pese a su sexismo y mal gusto, dentro de límite de no más de tres obscenidades por artículo que he impuesto el director
Settimana italiana
La birra
e la porchetta
e la donna
con las tremendas tetas
V
Esa vieja ridícula es nazi
Es sabido que en el verano, o mejor dicho al comienzo del tiempo más suave empiezan a faltar los temas y uno se pasa las horas en el café, si es que lo dejan, y se toma un par de decaf y después se va a la picada del bar y lo mismo, en este hemisferio y en esta latitud las neuronas se sueltan las trenzas a la salida de la dura invernación. O invernada. Algunos círculos chilenos resabio del duro y ya telaráñico exilio, se notan preocupados por las inversiones que Canadá hace con sus fondos de pensión en grotescos proyectos en Chile que arruinarán una de las pocas regiones ecológicas prístinas que van quedando, con la anuencia y complicidad de ese gobierno socialista o centrista que con una facilidad pasmosa le hace el trabajo a la burguesía nacional, que entretanto y entretenida le echa una mirada burlona, se cruza de brazos, escarbándose los dientes, y dice “para qué vamos a gobernar chiquillos, estos mediopeluches lo están haciendo harto bien y no tenemos ni que mover un dedo”. Un poco como el Lord Douglas le dice creo al Dorian Gray por ahí en la novela “Vivir, ¿Qué es eso?. Dejemos que nuestros criados lo hagan por nosotros”.
Pero nadie agarra papa, el Jorge, de esta revista, en su onda apocalíptica o post cree que ya no vale la pena andar juntando firmitas, que no se va a arreglar nada y que le sorprende favorablemente que todavía haya habido una región más o menos no contaminada en Chile y Arturo Méndez no cree que se pueda hacer nada en este continente de acá por lo que pasa allá. Claro que para él lo último interesante que pasó en política en Norteamérica fue el Weather Power y al rato se desentiende y comienza a divagar sobre sus conversaciones adolescentes con Benjamín Morgado, el poeta que por si no lo saben creó el runrunismo en Chile hace como un siglo. O comenta sobre su versión del Necronomicón, que realidad es de tercera mano porque es una versión en español de la versión en inglés ya hecha de la versión árabe.
Y por supuesto que la elección en Estados Unidos es el tema obligado. Oswaldo no falta nunca, los hermanos Rivera, la Guagua y su amigo de ahora, que a mí no me gusta mucho, un árabe gordo que dicen que anda en malos pasos y al que le dicen Alí Babar, que es el que irrumpe y dice con fuerte acento que la Clinton dijo que si Irán atacaba a Israel ella lo iba a obliterar. Oswaldo, que es argentino y judío, pero que como casi todos los intelectuales hebreos de la diáspora es por lo menos izquierdista, dice que antes de nada Alí, como todos los árabes, no le saque a relucir eso del sionismo que maneja a los Estados Unidos, cuando la cosa es al verrés y es Israel el que sirve los intereses coloniales del Imperio, vulgo donisáurico Tío Sam, el que cuando empiece a manejar el medio oriente le va a dar su buena patada en la raja, y que eso de ‘obliterar’ no establece diferencia entre un pueblo y sus gobernantes y es simplemente genocidio.
Y entonces el hermano menor de Apocalipsis Rivera, Deuteronomio, que es más joven, salió del Salvador en la adolescencia y no tiene pelos en la lengua dice “Esa vieja ridícula es nazi”.
Frase para el bronce, y le insistí a Jorge que se saltara la cola y me pusiera esta crónica, porque eso lo dijo la Clinton hace unos días y si se deja esperar mucho el tema se va a poner añejo. Aceptó pero me dijo que si seguía poniendo estas cosas que hacía yo le iban a cerrar la página.
VI
Canadiense, vota por Hugo Chávez
Antes de pasar a describir según lo que yo puedo entender sobre las teorías de Oswaldo, tengo que aclarar algo que varias personas que corresponden con esta revista (virtual) me han preguntado, ¿porqué esa manía de los nombres?, y también, ¿se trata de casos verdaderos o son cosas que usted inventa?. Respecto a lo primero hay que darse cuenta de lo importante que es el nombre. Es lo que socialmente define a las personas. En mi país era más bien cierto tipo de apellido, que se tenía o no, el resto de los nombres y apellidos no importaba, y eso pasaba en todos los países de origen hispánico. Era tener un apellido vinoso lo que importaba. No es así aquí, en Norteamérica (porque después de todo Canadá también es Norteamérica, quizás un poco más cartucha, como se decía en mi país, pero al fin y al cabo América del Norte corriente y moliente). Y eso a pesar del seguro médico universal que con cada año que pasa me parece más y más maravilloso. En la América anglosajona no hay apellidos, no hay aristocracia, hay plutocracia y en general los apellidos no cuentan. No estamos hablando de igualdad o democracia. No se trata de que uno por ejemplo vaya a conseguirse una pega a las derechas, por su capacidad o su currículum, porque como en todas partes eso depende más de amigos, contactos, partidos políticos, camarillas, etc., pero hay otras maneras de selección que no se basan en los apellidos del padre o de la madre. No es que no tengan importancia. Siguen siendo lo que te distingue, lo que identifica. El nombre y el apellido, claro, pero no como marca social o económica, pertenencia a una clase, sino en su individualidad única. Claro que hay ciertos problemas a veces. No sé si los lectores conocen a ese joven Antonio Valencia, que llegó hace un tiempo de un país latinoamericano, sabiendo un buen inglés, porque estudió algunos años de la secundaria en Estados Unidos y hablando bastante francés, porque tomó unos cursos en una de las universidades locales. Siempre quiso trabajar en la administración pública, preferentemente en Inmigración, y como están las cosas, la corrección política y eso y porque cada vez más gente aquí sabe español, ahora se llama Valencia, aunque su apellido paterno original es Matamoros. Imagínense a algún extremista fundamentalistón hispanohablante de África del Norte poniéndole una bomba al susodicho en el auto, en la casa, o incluso al mismo Ministerio. No es tan tirado de los cabellos, incluso ahora en que Canadá tiene un papel cada vez más importante en la guerra de Afganistán, que correlativamente está cada vez peor y donde casi ningún otro país fuera de los que ya están metidos quiere meter mano. Pero ahora que los ingleses, los australianos y en una de estas hasta los yanquis se las empiezan a echar de las ‘zonas conflictivas’ de Medio Oriente, o lo están pensando seriamente, Canadá que se subió al tren a las finales es uno de los más firmes. Y no es un fenómeno nuevo, eso ya lo he visto innumerables veces en mi propio país (cuyo nombre omito), esas modas de todo tipo, desde calzones a ideologías, con las que mis coetáneos empiezan a entusiasmarse cuando en el Centro Pulento Gringo o Euro ya nadie les dá pelota.
Porque hace ya tiempo que me había dado cuenta de que Canadá también es una neocolonia, para resucitar mi vocabulario de mi juventud izquierdosa lectora de Gunther Frank y la Montly Review. Y por eso, en ese contexto, no me parece descabellada la idea de 039 (consultar mi crónica anterior), de Apocalipsis Rivera, del mismo Oswaldo y hasta de Guagua, esta última más bien por osmosis, de candidatear a Hugo Chávez para las próximas elecciones que tengan lugar en este país.
VII
Oswaldo
Oswaldo, que pese a ese nombre es argentino, se mosquéo bastante cuando llegó el poeta borracho y sin más ni más comenzó a besuquear a esa niña que viene a veces los viernes en la tarde con otras amigas también europeas, que están estudiando en la Universidad local y que se creen que aquí pueden hacer vida nocturna como en Europa. Ella estaba molesta pero no se atrevía a hacer nada, total al poeta lo conocen los habitués, yo entre ellos, y sabemos que en el fondo es bastante inofensivo. Lo que pasa es que Oswaldo salió en defensa de la Fukuyama, como le dice a esa híbrida ruso-noruega el estudiante de filosofía chileno que llega a veces con Guagua L’Amore y se sienta a mi mesa, porque dice que en esta ciudad no tiene a nadie con quién conversar. Entreparéntesis, me costó un poco preguntarle porqué ese alias. Me daba cosa, como se dice en la región de mi país en donde nací, pero insistí porque quería saber por qué le decía así a ese coso escultural, como dicen los de La Otra Banda, es decir los argentinos-- si el que habla es chileno--, además de que no quería pasar por ignorante. Pero al fin me decidí a preguntarle. Me dijo que era por Francis Fukuyama, ese filósofo nipón charlatán que sostiene que con el neoliberalismo se acaba la historia en un ensayo justamente titulado ¿El fin de la historia?. Ante mi expresión asombrada me dijo que esa mina era el acabóse, que después de ella ya no podía haber nada, o sea, que se acabó la historia. Y un poco tenía razón. Al mirarla me acordaba de mis lecturas de juventud, de Fortunato Hauberrisser, ese ingeniero holandés sated, blasé, con spleen que en Ámsterdam se mete en un café cosmopolita, high end y medio decadentón de la post primera guerra y describe a princesas rusas de perfiles bellísimos, con todas las fibras vibrantes de sobreexcitación y postración que entraban del brazo de grotescos especuladores con hocico de chancho. O algo más o menos así. Dicho sea de paso, la novela es El Rostro Verde del inimitable Gustav Meyrink, autor exhaustivamente traducido del alemán al español como medio siglo antes que al inglés.
El poeta había llegado tambaleándose con el 039*, un galán colombiano al que le dicen así porque se las lleva a todas. En los últimos tiempos andaban enyuntados. Inmediatamente se le acercaron a la rubia, que miró fugazmente al colombiano, acusando el impacto de su perfil, su pelo negro ensortijado con un tinte gris en las sienes, sus hombros cuadrados, los ojos negros y penetrantes, pero que se encogió asqueada ante la regordeta mano del poeta que se depositaba con naturalidad sobre su hombro derecho. Y luego como dije, comenzó a besuquearla. Entonces fue que saltó Oswaldo y trató de apartar a la Fuku del poeta, cosa difícil porque ella estaba sentada, y al fin lo logró, pero al correr la silla, con la beldad todavía sentada encima, le faltó el punto de apoyo al poeta que se fue de bruces al suelo e inmediatamente comenzó a sangrar abundantemente por la nariz. El guatón Oswaldo (no sé porqué lo de la doble v, pero así se escribe. Seguramente que debe tener ascendencia europea, como la inmensa mayoría de los argentinos), no atinó a nada, mientras estaba a gatas, recuperándose de la pérdida de equilibrio y mirando como hipnotizado el vértice de las piernas abiertas de la europea, cuyas faldas ya de por sí magras se le habían arremangado. No atinó a levantarse sino hasta unos cinco o diez segundos después, lo que para este tipo de situaciones es mucho, cuando la rubia ya había cruzado las piernas y buscaba los cigarrillos en la cartera, colorada como tomate y el poeta se incorporaba del brazo de 039 para encaminarse dócilmente a la puerta.
En la mesa traté una y otra vez de que Oswaldo me elaborara esa teoría suya de la bohemia, la poesía, el arte en general, porqué las mujeres se ponen coquetas en los aeropuertos, hospitales, universidades y frentes de guerra, pero estaba como ido, y al cabo de unos minutos pidió la cuenta, se levantó a pagar y me dijo
Sabés loco, las europeas no usan calzones
*CERO 39 CERO 39
(Cumbia de MIKE LAURE)
Ay, lo que me duele, lo que me duele,
Lo que me duele, Válgame Dios,
039, 039, 039, se la llevó
(estribillo
VIII
La reforma agraria y el Apocalipsis
En general la gente siempre puede decir lo que le parezca. Claro que no se equivoca el que comenta al pasar de viaje, como turista, o recién llegado a la ciudad desde otros centros urbanos, sobre el aspecto y la atmósfera casi post apocalípticos de esta ciudad sobre todo a algunas horas y en algunos días. Hace unos meses una poetisa chilena que vive en Montreal y que venía por primera vez a Ottawa estaba paralogizada, decía y repetía que no había visto a casi nadie por la calle en el trayecto desde donde ella estaba alojando hasta acá (el restaurante en que tengo instalada mi oficina provisional de jubilado), eso que era viernes en la noche y el hotel en que se quedaba está en pleno centro. El mismo Arturo Méndez-Roca, compañero de ruta ocasional en esta página que antes vivía en Baton Rouge en Luisiana y cuya casa desapareció en los aluviones de hace algunos años, cuando está con unos tragos se lamenta de que todavía no se puede acostumbrar aquí y está soñando con irse a vivir a Montreal. Pero estas mismas circunstancias dan lugar a una vida subterránea y subcutánea, en ciertos enclaves o ‘focos’, como los llamo siguiendo al Ché Guevara y a Regis Debray, autores y estrategas de la lucha popular que frecuenté en mi lejana juventud. A este lugar por ejemplo viene bastante de lo que podría pasar como la bohemia local, músicos que tocan en algunos restaurantes, escritores, sobre todo latinos, y de todas las edades y países. Para quienes frecuentan esta página que tan graciosamente me concede un espacio de vez en cuando y de cuando en vez y leen los trabajos de estos autores y se enteran de sus actividades, esto no será tan sorprendente. Pero llegan también por ejemplo la Guagua L’Amore, la Nana Valpolicella y otras estriptseras del centro y niñas y mujeres afines y del círculo, que ahora prefieren andar con estudiantes o con tipos que parezcan intelectuales por que sí no más, porque es la onda, para la desesperación de los galanes robustos, musculosos, de chaqueta de cuero a los que ya ninguna chiquilla que se tenga un poco de consideración infla por burdos y faltos de clase. Ese es el caso de una niña muy pizpireta y coqueta, que comentan que va a la pelea, que hasta a mí, con mis itantos canos bien representados me ha lanzado sus cortes, y a la que los latinos le dicen la reforma agraria, porque como decía la canción, “de todas maneras va”. Ella llega ahora con un pintor latino más joven que ella, que acaba de llegar a Canadá y que hizo un poco de escándalo en su país natal—que no voy a mencionar—, no con sus estilo, bastante convencional para mi gusto, sino por los títulos de sus obras que causaron en su momento bastante controversia, como uno que se me viene a la cabeza, “gato y mujer con un tremendo culo”. Pero en realidad este joven es bastante práctico, calculador, sabe muy bien como funciona la publicidad y tiene estudios de literatura, el otro día nomás me mencionaba que entre todos los escritores latinos de mi edad (gracias por lo de escritor), yo era el único que no le hacía a la nostalgia, la memoria, etc.. Me preguntó si me había dado cuenta que no tan sólo a nivel de los escritores latinos en Canadá, (y me conminó a revisar esta misma página web que tú tienes ante los ojos, lector), sino de todas partes y de todas las ideas, ese tipo de literatura era cada vez más frecuente, y me dijo más o menos textual en sus propias palabras y con bastantes copas que esos esfuerzos de recuperación de la memoria eran en realidad un esfuerzo colectivo inconsciente de la especie para revertir la cuarta dimensión (el tiempo) por el estado caótico de cosas, algo así como hacer un rewind del tiempo para tratar de retrasar lo inevitable, el fin del mundo, en un esfuerzo contrario, opuesto o complementario al apocalipsismo también tan en boga. Me dijo también que la ideología más seria se oculta en la ficción, y más específicamente en la ciencia ficción o la fantasía. Me mencionó a T.E.D. Klein, que no conozco pero del que he escuchado hablar, y a Gustav Meyrink, del que conozco la pura novela El Rostro Verde, además de un breve texto del director de esta revista, Huidobro literal, que leyó por ahí. Esa noche me fui a mi departamento dándole vueltas a todo este asunto y murmuré para mí mismo, “Qué te parece cholito, qué te parecé”.
IX
Los 25 años de la Internet (esta chiquilla)
Habiendo recibido unas platitas inesperadas que me acaban de pagar de un fondo complementario para exonerados durante los días de la dictadura que afectó a mi país de origen, que no voy a mencionar, hace ya varias décadas, y para reconocer la existencia de éste, mi único (hasta la fecha) medio de difusión—espero que algún día un editor en papel se interese por mis cosas y me proponga una edición en serio, con royalties y todo—-decidí poner parte de esos exiguos pero inesperados fondos para celebrar los 25 años de la Internet (porque para mí es mujer, y además joven, como espero para todos los hispanohablantes de corazón que sean además heterosexuales). Así invité a algunos amigos, pseudo amigos y para amigos selectos y conocidos, y amigos o conocidos de estos amigos o conocidos, también selectos, a una reunión líquida básicamente, pero con alitas de pollo o nachos en el restaurante que me tolera y sirve como oficina durante las horas muertas a partir de la magic hour, en que los viejos que vivimos solos ya no damos más y salimos a deambular por las cienciaficciónicas, apocaliptoides y casi desiertas calles de esta ciudad capital. Al menos yo salgo.
Entonces se juntaron allí Guagua L’Amore, que tenía un turno esa noche como a las ocho y media, una nueva amiga y colega, y también competencia, que Guagua, con su gran corazón había acogido en su círculo y adiestrado en el oficio, con ese mismo corazonazo que me deparaba un rinconcito tibio. Se trataba de una niña de ojos enormes y negros y piernas interminables que decía (en su mal inglés) que ascendía de una familia de la nobleza húngara, aunque las malas lenguas decían que era de por ahí por Croacia y que se la habían traído engañada unos fulanos de la mafia rusa, haciéndola pasar por doméstica, como a tantas otras, ante los negligentes o indiferentes funcionarios de inmigración. Ella decía que estaba haciendo estriptis para juntar plata y entrar a la universidad el año que viene, y su nom de guerre es Nana Valpolicella, idea de su agente (o según las malas lenguas pimp), que no es un Einstein y que cree que así ella se puede conseguir un sponsor de la renombrada marca de vinos. También se apersonó en esta ocasión Apocalipsis Rivera, hijo un evangélico fundamentalista pero que llegó exilado a Canadá en compañía de su hermano menor Deuteronomio, también militante. Todos teníamos en común el beneficiarnos de esta nueva revolución de los medios que se había entronizado en este cuarto de siglo poniéndose al lado de la televisión—por lo menos en mi caso, me paso más tiempo en la internet que mirando babosadas, como dicen los venezolanos, en la Pantalla Chica. Las niñas asistentes (me temo que inclusive Guagua, para callado), eran ya expertas en la técnica de las cámaras digitales y se rumoreaba que estaban percibiendo más por los cientos de internautas que por módicos precios podían tener acceso en definitiva a lo mismo que en el estriptis, donde en general y si se cumple con la ley se mira pero no se toca. Yo, irremediable chocho y ahora botado a escritor, por un lado me mantengo al día de la diaria evolución de mi nieta a través de las fotografías o videos que me mandan sus padres, y por otro—a través de esta misma página por ejemplo y gracias a la gentileza de su director, que siempre ha apoyado a los escritores hispánicos nóveles, y a otros no tan hispánicos—, llego (en teoría) a cientos de lectores. Y para qué hablar de los otros compañeros, que tienen a su disposición todo un abanico de páginas comprometidas que difunden sus artículos antiglobalización y antisistema, y ahora están además promoviendo a la Stasis, que predica el cero crecimiento económico y cero aumento de la población como solución definitiva del problema ambiental, teoría que está haciendo furor en algunos círculos ambientalistas. Y bueno, acabo de estrenar mi nuevo raptor con esta nota sobre el aniversario de la internet y aquí paro, porque me traen mi cerveza.
X
Sobre Godzilla y la amistad
El otro día recibí el llamado en la mañana de una amiga, o mejor dicho una conocida. Mi experiencia me ha enseñado que esos términos no se aplican a una realidad perfectamente acotada. Entonces, podría decir sumándome al coro de los lingüistas, que estas palabras no denotan, sino que connotan, al punto de que muchas veces la palabra ‘amigo’ se aplica, o la aplicamos, dependiendo del grado de nuestra ingenuidad, a parásitos y aprovechadores que parecieran estar esperando la oportunidad para darnos la puñalada por la espalda. Proceder al que se entregan llevados por la explicable codicia (en este mundo globalizado capitalista, ansiar lo que no se posee ha llegado a ser una de las virtudes máximas, siempre que no se trate de la satisfacción honesta de nuestras necesidades).Así actúan impulsados por la envidia que corroe pero nunca llega a la médula, alimentada como está por las mismas limitaciones físicas, morales e intelectuales de sus titulares, ya que para conseguir su objetivo tendrían que aniquilar primero al eventual portador de la virtud o cualidad envidiadas, para convertirse en él. Aquí debo aclarar que en mi ya lejana juventud fui profesor secundario de filosofía, luego de estudiar dicha asignatura en los casi utópicos prados y antiguos pabellones del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, donde tuve la suerte de contar con profesores como Juan Rivano y Paco Soler, y conocer de pasada al director de esta misma revista virtual que lees, lector, para la que escribo esta nota. Pero en ese entonces como él estaba un año más arriba que yo, pese a ser dos años más joven (eso es lo que dice ahora) no me llevaba el apunte. Pero a lo que íbamos. Esta conocida de que hablaba me llamó al día siguiente de que le pagué una cuantas cervezas en un bar del barrio italiano de todos conocido. Su voz se abrió paso por la maraña de hilos punzantes y metálicos que era mi cabeza a esa hora de la mañana. Cada vez soporto menos las noches de francachela y alcohol, aunque con el paso de los años sean cada vez más moderadas. Pero no pude menos de comparar la actitud de esa niña cuyo verdadero nombre no sé (ni me importa saber), que me decía que se acababa de guardar el celular en la cartera y se dirigía con su paso cimbreante a mi desordenado departamento de un ambiente (bachelor como se les dice por aquí) para darme un libro que creía que me podía interesar, ya que ella sabía que hace un tiempo yo andaba haciendo algunas averiguaciones sobre esas pequeñas mujeres tan parecidas entre sí que uno entreve a horas extrañas, en lugares poco frecuentados, pero cuyas réplicas casi idénticas aparecen en los consejos directivos de muchos conglomerados, en importantes posiciones de organismos internacionales, o al menos así le puede parecer al teleespectador o lector avisado. Claro que desde estoy tomando por receta médica una dosis mínima de litio debo admitir que ya no estoy tan convencido de que exista una conspiración de las visitantes, como di en llamarlas, y que a lo mejor las conexiones entre hechos pasados y presentes que en algún momento yo establecí para probar su existencia no son tan evidentes y hasta parece que ellas se han olvidado de mí y ya no me vigilan.
La noche anterior Guagua había llegado al bar acompañada de dos individuos bajitos, de aspecto atlético y cabello gris, muy bien conservados que ella me presentó como unos amigos japoneses que había conocido hace unos días y que andaban en Canadá por asuntos de negocios. Nos pusimos a beber cerveza y sin saber cómo nos enfrascamos en una discusión sobre la cultura japonesa y yo les tengo un poco de sangre en el ojo, no como pueblo, sino como estado, por lo que han hecho con la vida marítima de nuestro país, que prácticamente han devastado, claro que con harta ayuda de los socialistas libre comercio que manejan parte importante del gobierno de Chile y que están vendiendo el país a pedazos. Recuerdo vagamente haber llevado la conversación al tema de Godzilla, de haber afirmado que era el elemento más importante del inconsciente colectivo de Japón, una manifestación del horror de la destrucción ocasionada por las bombas atómicas yanquis, un poco como la aniquilación de toda influencia occidental y de todos los occidentales o que Pol Pot y Cía percibieran como tales, había sido una respuesta inconsciente a los bombardeos clandestinos de Camboya por los mismos personajes. Recuerdo (pero no estoy muy seguro), haber mencionado que el desarrollo capitalista y la ética del trabajo surgidos en el Japón desde la Segunda Guerra Mundial eran un deseo—inconsciente—de convertirse en el enemigo y así estar a salvo a través del mimetismo. Ya para entonces los amigos japoneses se estaban levantando para irse, con el resultado de que a las finales me tuve que hacer cargo de la cuenta de Guagua L’Amore, que ellos no habían cancelado al salir bastante alterados del local. Bueno, pero a lo que iba. Esta niña a la que tenía clasificada como una simple conocida —alguien mal intencionado diría que a esta edad de qué otra manera la iba a poder clasificar—, acostumbrada desde su más tierna adolescencia al homenaje de los miembros del sexo opuesto, me estaba regalando este libro, sobre un tema que me interesaba, que había comprado con su propia plata, gastando su propio tiempo. Me dejó el libro y después se fue y la acabo de subir a la categoría de amiga, aunque la veo muy a las perdidas, en contraposición como decía al principio con esa plétora de arruinadores (palabra argentina) y aprovechadores de que me he ido rodeando con el paso del tiempo. Pero no puedo encontrar el libro que al principio iba a ser objeto de esta nota. Para otra vez será.
XI
Crónica (verde) del Abuelo
En alguna parte creo haber leído que en Estados Unidos hay tantas iglesias como estriptises. Ahora que me acuerdo lo vi en un programa de televisión humorístico y bastante crítico que se llama The Daily Show. Esto lo traigo a colación porque en mi temprana madurez y en algunos períodos críticos de mi vida frecuenté esos locales, a lo que ya no asisto sino a veces para ingerir mis cada vez menos frecuentes desayunos americanos, con huevos, jamón, tostadas empapadas en mantequilla (es de esperar) papas fritas y salchicha, tocino o jamón fritos. Ahora me estoy cuidando un poco del colesterol que es en mi caso una de las cartas marcadas de esta mano que cada individuo juega con las diversas posibilidades de su muerte. Además de que, como es sabido, los desayunos y almuerzos (lunches) son tan baratos como apetitosos en esos lugares, hecho no conocido por el público en general, sobre todo en uno que se llama Sirenas y está en pleno centro, donde de tarde en tarde me como un lunch con una de las niñas que trabajan allí, o mejor dicho esperan su turno, porque a esa hora todavía es muy temprano, a quien le pago su almuerzo y luego salimos a fumar un cigarro en la vereda.
Y lo que pasa es que el otro día Guagua L’Amore, nom de guerre de esta niña, estriptisera ítalo canadiense latinoamericana, de ojos verdes y un metro setenta y dos, me comentaba de la desaparición de uno de los personajes más comunes en ese ambiente. Un alto porcentaje de las niñas que trabajan en este medio son drogadictas y por ende ejercen la prostitución à côté como decimos los franchutes, se ven explotadas, torturadas, por lo menos amenazadas y bajo el control de dos especies de varones frente a los cuales la sociedad hace la vista gorda, los traficantes o repartidores de drogas y los cafiches. Los primeros están aquí para quedarse, ya que la plata que producen las drogas es parte considerable de la economía, y ellos, citando a un poeta amigo “hacen circular el circulante”, y entonces se ganan la admiración o el beneplácito de esta sociedad dizque cristiana, pero que considera al gángster y al delincuente en general como un héroe, siempre que gane harta plata, desde Al Capone, pasando por las bandas de motociclistas, El padrino y la serie televisiva de los Soprano.
Bueno, pero me estoy yendo por las ramas, por los cerros de Úbeda, como dicen los peninsulares. A lo que iba, esa niña me contaba que se había enterado por las otras chicas del ambiente, que muchas estaban reemplazando al tradicional cafiche, o chulo, como les dicen los españoles, los que se estaban quedando sin trabajo. Las niñas se conseguían su buena computadora, amononaban una pieza, instaban su equipo y su maquinita fotográfica digital, hacían una pequeña investigación en el web y en un par de semanas estaban ofreciendo sus servicios virtuales, claro que por menos plata, de digamos unos ciento cincuenta o doscientos dólares bajaban a dos o a tres, pero sin salir de la casa, sin tener que pagar comisión, y a veces con centenares de clientes ‘en línea’ por semana. Y entonces hablamos de cómo los cafiches del futuro iban a tener que tener por lo menos un título de ingeniero de programación y el prototipo del pimp que endiosa la cultura y música Hip-Hop iba a ser en cambio un tipo blanco, de anteojos, flacucho y de terno, y esa imagen, llevada de la mano por la dinámica de la cultura popular, iba a entrar al paraíso de los arquetipos sexy contemporáneos. Pero las profesionales del amor ya más entraditas en años y, ojalá, con algunos medios, echarían de menos a sus antiguos torvos protectores y viajarían de vez en cuando a los países latinos, que más o menos igual o peor que ahora, en virtud de llevar la peor parte en ese proceso que economistas y sociólogos conocen como ‘Dependencia’, iban todavía a proporcionarles por medio de sus machos el maltrato y explotación directa añorados, fieles al popular dicho que todavía se escucha en las siniestras calles de un país latinoamericano que no quiero nombrar: “quien te quiere te aporrea”.
XII
apertura de las puertas del infierno
Por fin se retira el ruedo de los últimos coletazos del invierno, como el borde más a ras del suelo de una señora de esa de las antes, repolluda y pesada, que se demorara un poco por el cemento húmedo ¿Cómo estamos?. De tanto leer y tanto juntarme con escritores se me están pegando algunas cosas, aunque siempre me sacaba un siete en las composiciones cuando estaba en preparatorias, que así se debe llamar todavía la escuela elemental en Chile. Entonces me vengo en la tardecita y no en la noche al bar, porque me dijeron que esta época en la noche empieza a aumentar mucho la clientela, por lo tanto no me puedo estar sentado una hora con una cerveza en la hora pico o la hora cresta, según el país de donde venga uno. Claro que el mozo me lo dijo de manera más gentil. Eran las cuatro en punto cuando llegó esa niña mexicana, claro que de Estados Unidos, que dice que es WICCA, es decir bruja, y que hay que reconocer que para hacer rima, todavía está harto rica. Como ella sabe que a mí me gusta su poco el ocultismo, los masones y los templarios, los discos voladores, claro que sólo por entretenerme, que creo que hay una conspiración de mujeres chicas que denomino las visitantes, y que en realidad parece que son extraterrestres. Eso se lo conté, claro que medio en serio, en una fiesta latina en el lado francés, antes que alguien me pasara una guitarra, y que es donde la conocí.
Pero ya llega con una cervezas en el (torneado) cuerpo. Yo ya estoy muy viejo para hacerme ilusiones, pero en una de éstas, y para romper el hielo empezamos a conversar de política, de la situación internacional, y la gente nos mira desde las otras mesas, ya que estamos hablando fuerte, moviendo las manos, y más encima en otro idioma. Dicho sea de paso, esta es una de las ventajas de venir a instalarse en un boliche del Barrio Italiano, ya que es corriente que haya gente que habla alto y en un idioma parecido al castellano, y entonces podemos hablar de nuestras cosas con cierta impunidad. Aquí los gringos hablan del tiempo, del precio de la bencina, de sus gatos y perros. Y ella me dice que es una gran suerte que los católicos se hayan mantenido un poco al margen de esta guerra de canutos ultra bolicheros anglos contra musulmanes ultra bolicheros mayoritariamente árabes, ya que los protestantes no tienen el peso espiritual como para que pase nada, entonces estamos a salvo. Pero cómo es eso, le pregunto o exclamo, tratando de entender, a salvo de qué. Bueno, ella me dice que si alguna vez he visto una película de terror de fantasmas y Apocalipsis cuyos personajes o trama sean protestantes, o leído alguna novela de terror con vampiros y castillos canutos, es decir protestantes, pese a los esfuerzos del genial Ramsay Campbell o de la ya extinta Hammer Productions, que produjo todos esos filmes clásicos de vampiros con el Christopher Lee. Me acuerdo, pero todavía no le agarro el hilo, y ella me dice otras cosas y cambia de tema y se pone a alegar contra el Papa por decirles a los indios en Brasil que ellos estaban esperando en todo el continente la religión monoteística con los bazos abiertos y recomendándolo a los curas que no se metieran en política, que después de todo este Papa es alemán, en un de estas un protestante disfrazado, o criptoprotestante como los llama ella, y mis esfuerzos para hacerla volver a lo que estaba hablando antes son absolutamente infructuosos, hasta que veo que lleva al cuello un crucifijo de plata, — porque se le ha entreabierto un poco la blusa—, del que cuelga un diente ajo. Pero antes de que pueda preguntarle nada me dice que tiene que ir al baño a hacer pichí, mientras a mí me va cayendo la chaucha.
En mi lejana juventud en mi país natal fui profesor secundario, en dos asignaturas y en todo tipo de establecimientos, desde el liceo fiscal de elite y el colegio particular francés o británico al liceo nocturno rasca con cursos de más de sesenta alumnos de todas las edades y oficios, generalmente de las clases más modestas. Yo sitúo la profesión de la pedagogía como una de las más exigentes, y que junto con la psiquiatría y el sacerdocio, exigen el mayor conocimiento del alma humana. La enseñanza consiste en parte en hacer que la mente del discípulo, como una reluctante embarazada terminal, de a luz sus propias intuiciones o compresiones borrosas, en una forma articulada y más o menos clara, en que muchas veces la guía del pedagogo es como la cesárea que permite brtotar ese vástago de la mente humana que quizás de otra manera no existiría: el conocimiento. Entonces es que me representé ese friso de entes espirituales o fantasmagóricos, fantasmas, vampiros, hombres lobo, horlas (seres invisibles que según Maupassant asedian a los seres humanos), los terribles Dioses Antiguos lovecrafianos, cuyo autor posiblemente bautista o metodista, gozó sin embargo de una espiritualidad católica, o mejor gnóstica, con ese universo creado por el diablo o regido por una burocracia descendente de ínfimos ángeles cada vez más degradados que de puro degradados se van haciendo demonios. Entonces es que, como digo, y reconociendo que esa horrenda mitología con todo su poder destructor es fundamentalmente católica, como los innumerables demonios que dicen que su nombre es legión cuando hablan por la boca de los posesos, di un paso más en esta concatenación lógica. Para mí todo esto es ficción. Pero si por un momento se cree en la existencia de ese ámbito y las posibilidades de destrucción física y espiritual que conlleva, es indudable que hay que mantener cerrado ese portal. Imaginemos que haya alguien que, como mi conocida, —que no es realmente amiga mía—, cree en eso. Entonces para esta persona la entrada del catolicismo en esta guerra a dos bandas entre protestantes y musulmanes podría despertar a esas fuerzas que se mantienen durmiendo en sus ciudades mentales de incomprensible geometría, como los dioses acuáticos de Lovecraft, con incalculables consecuencias aniquiladoras. Por un momento al ponerme en el lugar (psicológico y cognoscitivo) de esta mujer, recuperé esa sensación excitante de mis años de enseñanza, de entender al alumno, de ponerse en su lugar, de ver al mundo con sus ojos, para luego poder guiarlo con mano firme por los senderos de la Sofía. Y al hacerlo llamé sin demora al mozo para decirle que pusiera el consumo de los dos en mi cuenta—aunque no ando muy boyante que digamos—y me precipité afuera del local felicitándome de que mi teléfono no aparece en la guía.
XIII
Pupusas y el Mal del Mundo (en Semana Santa)
Se supone que tengo harto tiempo libre, pero es absolutamente falso. Sólo escribir estas crónicas me ocupa bastante porque a pesar de mi desorden generalizado en muchos campos de la vida cotidiana y también en otros, soy sumamente minucioso para algunas cosas y me gusta revisar todo lo que escribo (aunque a veces no parezca). Incluso negociar mi intermitente aparición en estas páginas me consume tiempo, hay bastantes lectores interesados, no sólo locales. Hay alguna gente a la que no le gusta para nada lo que escribo, sobre todo los que tienen convicciones cristianas acendradas. Pero el mismo Jorge, que dirige esta página y vive aquí mismo, en Ottawa, me dijo que lo habían echado de una lista de escritores, algo así como Literatura Bolivia o de Bolivia, porque había polemizado con un señor que parece que es evangélico que mandaba siembre mensajes desde Brasil con unas anécdotas latosísimas.
Esa tarde, o más bien ese crepúsculo estaba sentado en una mesa del Pub para juntarme con un salvadoreño que iba a dar una receta personal de pupusas, ya que mi hija, entre sus estudios de postgrado y su guagua, ahora quería compenetrase con sus raíces latinoamericanas y me había pedido la receta para hacer pupusas (que yo no tenía)--, entre otras, como la de la lujuriosa empanada, incluso con sus variedades, la argentina seca y mazacotuda, la pequeña y aguachenta colombiana. Y llegó este hombre, todavía joven, bastante más joven que yo, el más eximio hacedor de pupusas de la Capital Nacional. Lo reconocí ¿No eres tú el que escribía esos artículos tan religiosos en el diario?. Porque hay un diario, mejor dicho un periódico mensual en español en Ottawa, y los autores de columnas regulares aparecen con una fotito en la parte superior izquierda de sus contribuciones. “Pues sí”, me contestó “pero ya hace bastante tiempo que echaron de la Iglesia y ahora le digo que hago las mejores pupusas de la ciudad y que no le vendo sólo a mis connacionales, sino a toda la comunidad”. Y era cierto, por eso ahora estaba sentado en mi mesa. Una persona muy importante en la comunidad latina, que no vamos a nombrar porque no somos copuchentos, le había contado mis afanes investigadores culinarios. Me contó que se divertía mucho cuando leía mis crónicas en este medio virtual que estas ahora leyendo tú lector, pero eso no me gustó mucho. Yo no escribo tan sólo para entretener.
Pero a lo que íbamos. Este señor era un connotado miembro de la Iglesia Gnóstica de su país, que en realidad es otra secta protestante, como los Cuadrangulares del Norte Chico de Chile, por ejemplo. Inquieto y curioso, ávido lector en sus ratos libres, se topó con el nombre de los gnósticos en diversas fuentes, casuales primero e intencionales después. Esa noción de un Dios que delega subalternos, que a su vez delegan a otros, hasta que luego de 365 procedimientos similares los dioses o ángeles suches de menor categoría crean el universo, y según Borges comentando a Basílides, se llega a que “El señor del cielo del fondo es el de la Escritura, y su fracción de divinidad tiende a cero”, como aparece en la edición de Bruguera del primer tomo de los dos que compilan la obra en prosa del genial argentino, de 1980 y con muchas erratas, por ejemplo en el título de ese artículo o nota se lee “Una vindicación del falso Bisílides” (comprobación mía posterior a los hechos en una biblioteca pública citadina que no viene al caso nombrar).
Llegado al país como refugiado de una sangrienta lucha de intento de liberación en su país natal, y muy pendiente de lo que pasa no sólo en su país o en Latinoamérica, sino en todo el mundo, estaba llegando a asumir el significado original de lo que era ser un gnóstico: aceptar el mal consustancial al mundo, que era creación del Demonio o de un Dios subalterno. El día después de haber visto por televisión en un documental unos predicadores de Estados Unidos, muy limpitos y rozagantes, que proclamaban que su generación era mejor que todas las anteriores y que la próxima la iba incluso a superar, nuestro amigo (cuyo nombre omitimos por razones obvias) hizo llegar sus pareceres a las cúpulas de su Iglesia, lo que valió la expulsión y un equivalente a la excomunión. “Pero no importa”, me dijo, “tengo ahora un modesto sitio web con más de 10 000 lectores mensuales y las pupusas me las compran incluso desde Montreal”. Yo alguna vez fui creyente y en mi temprana juventud dejé de serlo gracias a ese espectáculo del (casi) absoluto imperio del mal en este mundo que mis ojos perspicaces no podían dejar de apreciar, sobre todo en esa década de los setenta del siglo pasado en que dictadura tras dictadura rellenaba las cárceles y multiplicaba casas de tortura y desaparecidos. Maduro (o más), materialista hasta el tuétano (pese a ocasionales devaneos como los que el lector conoce y originaron estas crónicas), no tengo problemas para entender el comportamiento neurótico y suicida del animal humano. Pero a mí, maní, como dicen los peninsulares. Pero él, embargado de un espiritualismo dolido, y habiéndose dejado llevar por una conversación sobre temas que lo afectaban profundamente, repentinamente se calló, se disculpó de haber ocupado mi tiempo, se paró y se fue sin dejarme la receta.
XIV
Básicamente de nombres
Ese día me vine al café un poco más temprano no tan sólo porque me tenía que encontrar con Apocalipsis Rivera, sino que para comerme una hamburguesa. Me debato entre dos polos de una disyuntiva, como alguna vez le pasó al Quijote: “o no lo sabes señora, o eres falsa y desleal”. O tomo pastillas para el colesterol o no como más hamburguesas, que me gustan de vez en cuando. Seguro que Apo (o Ape, como le dicen algunos de sus amigos canadienses) andaba con un asunto entre manos que no me quiso explicar ni por teléfono ni por email. “Las cosas importantes hay que hablarlas de persona a persona”, es decir que a lo mejor sabía de antemano que yo le iba a decir que no, y pensaba que hablando conmigo en persona me iba a poder convencer. Buena suerte. La gente en general cree que yo soy fácil para que me convenzan, especialmente este joven, bastante seguro de sí mismo (joven digo, aunque ya debe andar por los cuarenta). En eso había salido al padre, pastor de una secta protestante más o menos fundamentalista, un hombre acostumbrado a ganarse los porotos con su poder de persuasión. Él en cambio había salido materialista y ateo, revolucionario al cuadrado, lo que me hace recordar a ese personaje de Sábato, el comisario de policía ese que según Fernando Vidal, que adentro de Sobre Héroes y Tumbas suelta su propia culebra en El Informe sobre Ciegos, perseguía a los pistoleros anarquistas y se llamaba Giordano Bruno, así le había puesto el padre, anarquista fanático, vegetariano, estudiante de esperanto, que en su juventud había vivido en una comuna tolstoiana. Mientras esperaba a Apocalispsis peleaba con las ganas de acercarme a un conocido que me acababa de saludar desde otra mesa para pedirle un cigarrillo luego de ofrecerle en una moneda de a dólar para luego proporcionarme y prenderme el rico veneno, el cuchuflí cancerígeno de tabaco y alquitrán, sin aceptarme desde luego la moneda, para eso están los amigos. O conocidos en este caso, y pensaba en esos padres imbuidos de sus ideas, de los nombres que les encajan a la progenie, el ejemplo conocido de los Acuña, de principios de siglo, bautizados Sansón Radical y Chile Mapocho los hijos, y Australia Tonel y Justicia Espada, las mujeres, la segunda habiendo sido la primera mujer médico de Chile. Supe a que a Chile Mapocho lo mataron en una pelea de gángsters en una de las grandes ciudades norteamericanas. Me tomaba el café y me acordaba que tuve la oportunidad de conocer en mis años de estudiante secundario, en circunstancias que prefiero mantener secretas, a un Edison Hugo Emerson Pérez Fernández y más adelante, en la ya remota Facultad donde estudié para profesor en el Otro Lado del Mundo a un Lenin Stalingrado. En esos días había una maraña de Tanias, Fideles, Ernestos entre los hijos de los primeros de mis amigos que contraían matrimonio o se ponían a vivir arrejuntados, que décadas más tarde a lo mejor darían a luz quién sabe qué nombres. Pero perdido en estas conjeturas me sobresalté cuando Lips, que así le dicen a Apocalipsis otros de sus amigos canadienses, se sentó a mi mesa con sus ademanes desgarbados y me plateó el asunto como es su estilo, sin mayores preámbulos, ya que “los hombres en tanto género hemos tenido un ‘bad rap’. Se trataba de que le ayudara a organizar una presentación teatral para exaltar la masculinidad, así como una respuesta a los monólogos de la vagina, él estaba interesado en trabajar en la producción de una obrita teatral de un acto de un amigo chileno, que no quiso nombrar, titulada “Soliloquio del pelado chascón”, que según él habría ya montado medio en la clandestinidad en Santiago el autodenominado Taller Filorte, grupo del que yo personalmente nunca he oído hablar. La alternativa era seguir un rato conversando en la mesa con ese hombre todavía bastante joven, de ojos un poco extraviados claro, pero hijo de un conocido, o largarme al baño y salir por la puerta de atrás, cosa que en definitiva hice, pensando en el destino de los hijos que salen tan distintos a los padres, y que en realidad si salieran todos parecidos sería una lata.
XV
Crónicas del Abuelo — Autocrítica
Después de eventos de carácter personal que me ocuparon los últimos meses del año pasado, que forzaron mi ausencia de este vasto país y la residencia temporal en mi tierra natal, y de una hibernación voluntaria, ya que durante los meses álgidos del invierno, sobre todo el febrero boreal, evito lo más posible salir al exterior, estoy de vuelta a mi mesa habitual vespertina en ese café del Barrio Italiano cuyo nombre se me ha solicitado no mencionar, debido al carácter problemático de las opiniones que vierto en esta página que tan acertadamente dirige mi amigo el poeta Jorge y que podría contar entre sus lectores con clientes habituales o potenciales de dicho establecimiento. He caído en la cuenta de que mi investigación sobre las visitantes (presuntas extraterrestres o quizás clonas que viven entre nosotros—ver mi nota anterior sobre el Manuscrito Voynich en esta misma página—), adolecía de un impulso muy arraigado en las sociedades humanas y que tendí a seguir sin mayor reflexión, alimentado por ciertos hechos e intuiciones que siendo indudables no viene al caso tratar aquí. Esa falta, producto quizás en mi caso de una cierta ligereza intelectual, consiste en ver en las mujeres un enemigo potencial, un conspirador, un testigo que calla y observa, que planea su revancha por tantos milenios de esclavitud. Esa idea, en general no expresada ni conciente, de que de esa fisiología tan diferente — nada hay comparable a nivel del macho al alumbramiento, a ese volverse por unos meses una fábrica de vida—, se desprende la emanación natural de una manera de ver las cosas, una concepción de mundo (Weltanschaung para los alemanes), distinta, inconcebible para los hombres, y por esto quizás opuesta, de seguro amenazante. Existe una convicción no confesada en casi todas las culturas de que habría una necesidad absoluta de la mujer para poder reproducirse, trascender en la historia y en tiempo, reproducir el material genético en progenie hermosa o grotesca, pero propia. De ahí los cientos y miles de brujas quemadas y torturadas, el control de la mujer y su subordinación en las tres religiones así llamadas Del Libro, que reconocen a la Biblia como inspiración fundamental y que no vamos a nombrar aquí para no perjudicar a esta página que tan gentilmente nos posibilita un medio de expresión. Sigamos. Las incontables niñas recién nacidas con el cráneo roto o dejadas morir de inanición en la China, que en realidad nunca fue purificada por el fuego comunista, y en la India, esos gigantes económicos que se están despertando y se aprestan a aportar su cuota de avance hacia el Apocalipsis ya bastante adelantado por los protestantes anglosajones mediante sus esquizofrénicas empresas económicas y políticas. Bueno, pero se trata de autocrítica y no de instalar el ventilador. Me pego en el pecho, y en forma pública, ante el desconcierto de los otros parroquianos que me miran con el rabillo del ojo y carraspean, y el recelo del administrador y los mozos del café que empiezan a rondarme como buitres revoloteando en torno a la carroña
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